Monday, June 26, 2006

Missa solemnis
"¡Dios por encima de todo! Porque una Providencia eterna y omnisciente guía la fortuna y el infortunio de los mortales." Ludwig van Beethoven
Escuché por primera vez música sacra en la Catedral, luego en la Basílica de Guadalupe. Tres iglesias han marcado mi vida espiritual: la iglesia de La Coronación, la iglesia de Santa Rosa de Lima y la iglesia de La Sagrada Familia. Representan un eje geográfico en mi cotidianidad. Las tres se ubican entre las colonias donde han trascurrido mis treinta cinco años de vida. Entre la Condesa y la Roma.
En la primera, recibí el primer sacramento, mi bautismo. También fue el sitio de mi primera confesión. La primera eucaristía. En mi infancia, solía ir al Rosario después de asistir a clases. Estudié en una escuela pública, al salir los niños corrían al parque España. Columpiaban sus cuerpos en estructuras metálicas mientras sus madres conversaban. Los sonidos del campanario y el órgano de esta iglesia me atraían lo suficiente como para llegar puntual a las 6:30. Al termino, el Padre Luis ofrecía dulces a los niños que oraban con devoción. Casi todos, evidentemente, lo hacían por merecer el premio. Pero, en su mayoría llegaban del parque sólo a recoger sus dulces. La iglesia estaba de paso.
Y sí, el estar de paso, me acercó a la otra, la Santa Rosa de Lima; entonces estudiaba la secundaria y de regreso a casa, también solía visitarla. Me impresionó el silencio. Su luz interior. Su limpieza perfecta: las bancas de madera finamente barnizadas. Los confesionarios. Las pinturas de los apóstoles. Inclusive el cuidado en el color de las flores armonizaba con el manto de las efigies sacras. El olor a nardos. En esos años, una de mis tías vivía frente a esta iglesia; los quince años de mi prima se celebraron ahí. Así que fue la oportunidad para escuchar una ceremonia acompañada del órgano. Desde entonces, la misa dominical transcurría para mí entre estas dos iglesias.
A la iglesia de La Sagrada Familia le guardo un cariño especial, porque es mi casa espiritual desde mi adolescencia. Su belleza arquitectónica e histórica es vasta, pero para mí representa el encuentro con Dios, el encuentro fraterno con otros fieles.
Mamá es una mujer con gran fortaleza espiritual. Misericordiosa. En más de una ocasión, me han conmovido sus acciones piadosas. Su enfrentamiento con la adversidad. Con la pobreza humana. Su vulnerabilidad física no ha mermado su espíritu combativo, su día a día digno. Sus ganas de vivir siendo lo que es a cada instante: esposa, madre, abuela, tía, madrina... católica. Nuestra mudanza no trasformó nuestro habito por asistir a misa. No obstante, de que en casa, hay una pequeña capilla, donde mi mamá podría quedarse a orar. Ella camina cada domingo por el empedrado hasta llegar a la iglesia del pueblo.
Esta mañana, no fui ni a La Coronación, ni a la Santa Rosa de Lima, ni a La Sagrada Familia. Fui a la Sala Nezahualcóyotl, otro recinto familiar, único. Acudí a escuchar el último concierto de la temporada de primavera de la OFUNAM; el último concierto bajo la batuta del director chino, Zouhuang Chen. El programa: Misa en re mayor; op. 123, Missa solemnis de Beethoven. Extraordinario. Emotivo. Inevitable sentir estas emociones conforme avanzaba la Missa; inevitable sentir el manto de mis creencias; inevitable recordar los cantos de mi infancia: sanctus, sanctus, sanctus... Inevitable decir: Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona novis pacem. Inevitable escribir: la llena de sol/la más fuerte/la todas/la más que todas/la infinita/la milagrosa/la que renace/la más mía/La madre.
--sbc

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