Friday, June 02, 2006

Luz subterránea
La primera vez que vi su llanto ella abrazaba un árbol. Una extraña sensación me paralizó. Fue cuando escapó de la sala de conciertos. Aquella vez habíamos discutido durante el intermedio. Marcela había bailado mucho, casi toda la noche como para continuar insomne. La luz tenue iluminaba su rostro cansado; el maquillaje disminuía sutilmente las curvas hundidas, profundas de su mirar somnoliento. Yo, en cambio, en un afán egoísta, deseaba disfrutar esa mañana: el desayuno dominical en un lugar poco concurrido. Una mesa reservada para dos, descubierta por la mezcla aromática de los jugos frutales que ella ignoró, “café, sólo café”, ordenó.
Al salir nos dirigimos a la sala; sentada a mi lado izquierdo, inclinó su hombro sobre el mío mientras mis manos buscaban presurosas la suya. Su fatiga era evidente y el primer sobresalto vino enseguida. “Soñaba que estaba en un bosque, un hombre desconocido me perseguía. Corría, corría hasta que caí”, dijo en voz bajísima. Las luces se encendieron, la novena sinfonía de Dvorák había concluido; entonces me miró asustada mientras la ovación del público animó una fuga.
-¡Discúlpame!, he dormido poco -dijo en tono brusco. Acerqué su cuerpo al mío, intentaba abrazarla, pero ella se rehusó y, con un gesto de enfado, se dirigió a la puerta de salida. Inmóvil por varios segundos no supe qué hacer: seguirla o dejarla partir.
-¡Marcela, Marcela! -grité. Ella continuó en su andar apresurado.
-¡Espera! -la alcancé. Me observó contrariada.
-¿Para qué quieres que me quede? Esto es demasiado irreal para creerlo mío. Mañana será igual. Todo es bosque. Persecución. Caída. ¡Quédate tú!
Y se alejó, se perdió entre las sombras de los árboles. Su silueta se desvaneció entre tristezas y desvaríos.
Seguí la ausencia luminosa de Marcela. ¿Cómo decirle que en sus ojos existía una luz irresistible? “Atrás de tus pupilas resplandor, torrente, fuego”. Pero tenía miedo de acercarme más, de mirarla, de refractar la luz subterránea de su espejismo e incendiar aquel bosque donde ella corría desesperada. Allí estaba muy cerca espiando su dolor. Sí, la primera vez que presencié su llanto ella abrazaba un árbol.
--sbc
*cuento publicado en Romper el hielo. Novísimas escrituras al pie de un Volcán (compilación Cristina Rivera-Garza) Ed. Bonobos y Tec Monterrey, 1era. edición, México, 2006, pp. 84-85.

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