Monday, June 05, 2006

*Invento que te invento
Entre Tokio y Dublín: la estética de un beso
I
Dejé escapar más de un par de lágrimas mientras ella leía la carta que escribí anteayer. Lloré, lloré en medio del silencio, de su silencio.
--Me gustó, ¡vámonos!
--¿Sólo eso?
--me desagrada este lugar. No estamos solas.
--Y qué.
--¡Nada!, ¡vámonos!
Nos alejamos en la incesante necesidad de creer, de tener fe, de sabernos la una en la otra. Ya en el camino le pregunté si iría a trabajar. Me contestó insegura que sí a pesar de sentirse cansada, agobiada por la falta de dinero. --Aún no hemos llegado, podemos regresar--sugerí. Dudó. Tomé uno de sus libros Poesías líricas del Siglo de Oro, indiferentes lo observamos juntas; ningún comentario. Habría que seguir, habría que continuar el camino juntas, de la mano.
--Tengo apenas unos minutos--. Apuramos los pasos, cruzamos la Zona Rosa, luego Reforma, dimos vuelta en La Diana. --No me gustaría que fueras hasta...
--No importa.
--Te has dado cuenta de algo.
--No, de qué--, la observé.
--Hoy no me has besado--dijo. Levanté la mirada Tokio, aquí es, ¿verdad?
--Sí--afirmó enmudecida y el silencio pesó entre ambas.
II
La he dejado a unos cuantos pasos de Libido. Un beso suave, apresurado, deseo frustrado aprisionado en un sólo instante: el roce frío de sus labios en los míos. --Adiós--. Mañana, la certidumbre de su llamada casi al amanecer, el aroma que vierte su piel al contacto con la mía. Mañana, mañana estaré nuevamente con ella, pensé mientras caminaba sola rumbo a casa; la oscuridad invadió mis sentidos; vuelta a la derecha; segura que mi madre me esperaba en la puerta. Allí mamá, mamita... so far away, so far from me coming up close. Llegué a casa, la cena estaba lista. Sigo pensando en Marcela, en lo injusto de estar tan cerca y tan lejos. En esta maldita sensación de impotencia; mientras yo comparto la mesa con mis hermanos; ella baila sobre una igual; mientras yo duermo, ella permanece en la vigilia forzosa tras la espera de algún servicio.
III
--¡Dame un beso!
--¡No!
--Sólo dime por qué-- pregunté
--Este lugar es muy selectivo en su personal, no permite algunas cosas.
--Cómo qué, insistí.
--La preferencia sexual, tú sabes, si alguien nos viera--, extendió sus manos.
--¡Dami mi carta!
--¡No!, si alguien la leyera. Yo también soy selectiva--. Me di la vuelta, ella desapareció al final de Dublín. Aquello no parecía un lugar de esos; un letrero que anunciaba una estética, pensé entonces en la belleza, en la inocente belleza femenina de Marcela: una niña tierna, una joven adolescente todavía, en medio de la impostergable necesidad de convertirse en una mujer, una mujer más.
--sbc
*Primera entrega de cinco cuentos cortos

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