Monday, June 19, 2006

La manaña debe seguir
a Patricia
Despierto. Seis de la mañana. No voy a ir. No quiero que mamá me vea así. Cierro los ojos y trato de dormir. Dos horas después. Abro los ojos. Estiro los brazos y las piernas. Me levantó. ¿De qué me serviría quedarme? Voy a ir. Me baño. Salgo a caminar mientras espero la hora para marcharnos. Mi hermana mayor aún no aparece. Espero sentada en la sala. Escucho mi silencio.
Ella llega Te sientes mal. Es tu pie. No. Siento un malestar en el pecho. Una opresión. Desde cuándo. Inquiere. Hace días. Mmmmm. Mientras caminamos rumbo al metro, dudo, Y si mejor me quedo. Te puedes dormir en el trayecto. Luego nos encontramos con mi hermano. No hay ninguna seña de familiaridad entre él y yo. Ni un saludo. Abordamos el transporte como extraños. Mi hermana se sienta junto a mí. Y antes de que el autobús avance, siento asfixia. Miro el cielo a través de la ventana, la abro. Respiro. Mis lágrimas brotan de manera automática. No las puedo controlar.
Tienes ojeras. No has dormido bien. Es obvio. De seguro te la pasas viendo películas. No. No viste en la mañana, una película sobre un homosexual. No. Le respondo. Sí, era un chavo que fingía tener novia. Quería complacer en todo a su papá; es difícil llevar una doble vida, es difícil ¿no?
Es la primera vez que mi hermana se refiere a mi homosexualidad. Su último comentario fue tan grotesco Sigues con tu vedette. No es vedette. Es bailarina. Y se llama Marcela. Es lo mismo. No. No es lo mismo. En diez años no volvimos a hablar de Marcela, ni de las bailarinas ni de estas historias.
¿Es difícil ser homosexual? Pensé por segundos mi respuesta. Pensé en la marcha lésbico-gay de esa mañana. Pensé tantas cosas que sólo le dije Sí. Y volví a mirar el cielo gris.
Mi lágrimas se atenuaron conforme avanzábamos en el recorrido. El trazo urbano se perdió y entonces sólo miraba pinos. La lluvia de la noche anterior había dejado ese aroma inconfundible a tierra húmeda. Fresca. Cerré los ojos. Dormí.
Mi hermana me despertó. Apenas bajé del autobús, caminé con cierta inquietud; el suelo empedrado del sitio me provocaba inseguridad en cada paso. Todavía faltan unos cuantos kilómetros para llegar, subimos a un taxi. En marcha, sólo pienso en ella. No hace falta decir su nombre.
Mamá.
Fui la primera en abrazarla. Mamá tampoco puede contener sus lágrimas. Llora. Me pregunta por mi pie. Y le digo que no es mi pie. Me observa. Te voy a preparar un té. El de siempre, verás que te hará bien.
Mamá tengo hambre. Mamá me sirve un plato con verduras. Mamá tiene comida para cada uno de sus hijos. Mamá está alegre. Yo también.
Mamá me lleva al jardín. Me señala una a una las flores: rosas, claveles, geranios. Blancas. Amarillas. Rojas. También hay frutos: duraznos, peras, chabacanos. Me pregunta si mi hermana me dio su último paquete. Si los chabacanos estaban dulces o amargos. Dulces, Mamá. Dulces.
Mamá me da tres besos y yo le doy otros tres.
Mamá y yo. Conversamos. La Abuela. El funeral. El novenario. La Cruz. Encarnación Santos. 99 años.
Mamá está cansada.
Mamá me enseña un sarape bordado con hilos de colores.
Mamá me prepara mi cama. Junto a la de ella.
Mamá me ofrece un té antes de dormir.
Mamá quiere que le de un masaje en su espalda.
Mamá lee un libro de oraciones mientras escribo esto.
Mamá no quiero que este momento se acabe.
Mamá dice “buenas noches” y me da un beso.

La mañana debe seguir. Despierto. No me quiero ir. Voy en busca de libros. Leo poesía y pienso en el mar. Mamá se acerca, me pregunta si ya he desayunado. No. Aún no. Miramos juntas el librero. Ya tiene polvo. Debes limpiarlo. Tus libros nadie los toca. Sólo el polvo. Le digo.
Permanezco en el suelo. La llama doble. Muerte en Venecia. Praga.
No sé qué título elegir. Y tomo los tres libros. Los guardo en una bolsa. Los releeré.
Retiro el polvo de otro: Peces del aire altísimo. Lo hojeo: Memoria de la sal, ensayo de Vicente Quirarte. Estoy fascinada. Lo terminó de leer y voy a la cocina. Mamá otra vez dándome todo tipo de indicaciones para sobrevivir a su ausencia, a sus cuidados.
Mi hermana está impaciente. Q
uiere que nos vayamos. Tendríamos una comida en la tarde. Mi tíos, mis hermanos, la familia. No podemos esperar. Lloverá. Mamá nos acompaña y en el camino nos encontramos a mis tíos. Bajan del carro. Abrazos. Risas. Comentarios. Recuerdo un sueño: Lizy y yo. Yo de su mano corriendo. Alguien nos persigue. Alguien nos quiere tomar fotos. Mi tía aparece en un carro blanco. Nos salva de la persecución. Siento alegría. La observo con esa misma sensación. Le digo que pronto estaré de vacaciones y prometo ir a su casa. Mamá, se despide de mí y me abraza. Invita a Lizy. A Lizy, Mamá, a Lizy.
--sbc

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