Friday, June 30, 2006

La historia del Camello que llora

Yo: Me he enamorado como los niños que lo quieren todo.
CRG: ¿Se puede querer de otra manera?
Me he enamorado como una niña... pienso en la breve conversación virtual con mi admirada CRG, quien siempre tiene preguntas-respuestas filosas, punzantes: ¿Se puede querer de otra manera? No. No se puede querer a medias tintas. Lo sé. Lo sé.
*
Su imagen: vestía una garbadina negra y pantalón de mezclilla ajustado. La forma de su cuerpo. Sus ojos están clavados en los míos. La reconozco entre la multitud que cruza con prisa la esquina. Ella camina con serenidad. Ríe. Ni siquiera se percata de la lluvia. La primeras gotas caen sobre su cabello oscuro, entonces se ajusta la gabardina hasta el cuello. Vuelve a reír. Y yo la contengo a mitad del crucero. Me abraza. Me besa.
*
Subimos las escaleras eléctricas del Centro Comercial. Le digo: miráme y luego: flash.
*
La historia del camello que llora. Sus manos y las mías entrelazadas. Sus labios y los míos otra vez unidos. Lloro en silencio mientras como palomitas con capsut. Lloro en silencio cuando el camello ha aceptado a su crío. Lloro porque el camello llora. Lloro porque ella está conmigo. Y no entiendo nada. Y no quiero entender nada. Sólo siento y me siento feliz como una niña que lo quiere todo, que lo tiene todo.
*
Salimos de la sala, un bebedero. Ella lo mira y me dice: bebamos, bebámonos. Una, dos, tres. Y somos dos niñas traviesas bebiéndose. "Te acuerdas", me mira. "¿De?", respondo. "Great Expectations". "¡Claro!". "Otra vez, otra vez".
Agua. Acqua. Agua.
--sbc

Thursday, June 29, 2006

Tormenta tropical
El día 13 de agosto por la tarde, se formó la depresión tropical No. 11 de la temporada de ciclones en el Océano Pacífico Nororiental; se inició aproximadamente a 185 km al Sur de Manzanillo, Col. con vientos máximos de 55 km/h, rachas de 75 km/h y presión mínima de 1005 hPa. Por la noche, cuando se encontraba a 135 km al Sur-Suroeste de Manzanillo, la DT-11 se desarrolló a la tormenta tropical "Ileana", la cual presentó vientos máximos de 65 km/h con rachas de 85 km/h.
Durante el día 14, la tormenta tropical "Ileana" estuvo aumentando gradualmente su fuerza, por lo que al final del día ya presentaba vientos máximos de 100 km/h con rachas de 120 km/h, a 260 km al Sureste de San José del Cabo, BCS., misma intensidad con la que se mantuvo hasta las primeras horas del día siguiente.
"Ileana" siguió su trayectoria con rumbo predominante hacia el Oeste-Noroeste, alcanzando durante el transcurso del día 15, vientos máximos sostenidos de 110 km/h y rachas de 140 km/h, misma fuerza con la que en los primeros minutos después del mediodía, tuvo su mayor acercamiento a las costas nacionales, cuando se localizó a 65 km al Suroeste de Cabo San Lucas, BCS.
En la madrugada del día 16, la tormenta tropical "Ileana" empezó a perder fuerza, por lo que en la tarde, cuando se encontraba a 250 km al Suroeste de Puerto Cortés, BCS. se degradó a depresión tropical con vientos máximos de 55 km/h y rachas de 75 km/h. Finalmente, por la noche, cuando se encontraba a 325 km al Oeste-Suroeste de Puerto Cortés, la depresión tropical "Ileana", entró en proceso de disipación, presentando vientos máximos de 45 km/h, rachas de 55 km/h y presión mínima de 1007 hPa.
La tormenta tropical "Ileana" fue el primero de los ciclones de la temporada en el Pacífico que se acercó a menos de 100 km de las costas nacionales. Presentó una trayectoria paralela a las costas nacionales, con desplazamiento predominante hacia el Oeste-Noroeste, que se inició frente a las costas del estado de Michoacán, por lo cual, durante la mayor parte de su recorrido estuvo afectando con entrada de humedad, lluvias, viento y oleaje en el litoral del Pacífico central, Noroeste del país y Sur de la Península de Baja California.
"Ileana" tuvo una duración de 78 horas, tiempo en el que recorrió una distancia aproximada de 1,430 km, a una velocidad promedio de 16 km/h. El Servicio Meteorológico Nacional mantuvo la vigilancia de la tormenta tropical "Ileana" mediante la emisión de 27 avisos de alerta y 7 boletines de vigilancia permanente.
Ayer cayó una fuerte tormenta en la ciudad de México. Hoy revisando las notas metereológicas encontré este informe. Me hizo sudar frío. Ileana otra vez. Me sacude como el primer día. Hay señales de "Alerta". Se avecina otra tormenta: mi encuentro con ella. Afuera llueve, llueve, llueve...
--sbc

Wednesday, June 28, 2006

La palma de la mano de Alberta Mascardelli
--Conociste a una mujer llamada Alberta Mascardelli?
El gajo de una mandarina en los labios, la respiración de repente detenida. Conociste. Hay un telegrama abierto, un sobre color blanco, y una sonrisa de triunfo iluminado en el rostro del doctor, el maestro.
--Sí.
--Entonces esto es para ti. Llegó hace tres días.
"No te voy a echar de menos." ¿No te pasa, Matilda, que cuanto más te repites que olvidarás, menos olvidas? Un reflejo de la lógica, supongo. Algo automático. Saca el telegrama del sobre abierto.
"Alberta Mascardelli murió ayer. Lo maldigo y maldigo a toda su familia".
Joaquín sonríe. Una vieja tradición familiar seguramente: maldecir. Luego abre la carta. Una fotografía. La palma de la mano derecha de Alberta sobre una sábana, en el centro una vieja cicatriz. Abajo de todo, la leyenda. "Esta quemadura te la debo a ti." Es su letra. La imagen en blanco y negro está borrosa, fuera de foco. En lugar del contraste perfecto, todo lo domina un gris incómodo e incierto. Dentro de la cabeza de Joaquín sólo tres frases: Graflex. Bromuro de plata. Un trabajo mediocre".
7 Un método sin puertas, Nadie me verá llorar, CRG.
--sbc
El juego de la lotería
El nombre de Alberta tarda en llegar pero, cuando llega, Joaquín entrecierra los ojos como si estuviera bajo la luz directa del sol. Son las 10 de la noche. Matilda juega con las imágenes impresas en el papel como si se trataran de una baraja, el juego de la lotería. Corre y se va. Eso es Alberta. La dama de cabello corto y castaño. Una estola sobre los hombros y entre sus labios una boquilla. La campana que observa a lo lejos en la torre de un convento con paredes húmedas y amarillas. La araña que muere bajo la suela de su zapato azul. Las jaras que cruzan su abdomen blanco, plano, como una versión todavía más femenina de san Sebastián. El cántaro que se balancea en su cabeza como si fuera una india del trópico. La pera de sus caderas desnudas sobre una mesa. La mano que cubre su pubis para protegerlo de la mirada ajena. El diablo en sus ojos cafés, hondos, impredecibles. El borracho junto al cual se sienta en una banqueta desconocida. La luna que acaricia su cuerpo mientras éste flota sobre las aguas de un río negro. El sol incandescente de su sexo. El corazón todavía vivo, todavía sangrante, que sostiene sobre las palmas abiertas como si se tratara de un juguete. El valiente que se atreve a seguirla por las calles de Roma sin volver la vista atrás. Su figura, detrás de la cámara, nunca aparace. Joaquín se divierte colocando piedrecillas imaginarias sobre un tablero infinito, no puede ganar. Corre y se va. Se fue.
Están a la orilla de un río y Alberta acaba de decirle que de querer, puede morirse en paz. Sus gestos no son de abandono sino de exasperación. Hay manotazos como mariposas, gritos que rasgan gargantas, oídos.
--Siquieres convertir en un fotógrafo famoso en tu tierra, déjame en paz --murmura con los dientes apretados. Joaquín la está abandonando. Le ha dicho que hay preseas esperándolo, becas, viajes a los Estados Unidos, libros con su nombre impreso en letras garigoleadas, exposiciones. No lo puede echar todo por la borda a causa de una mujer.
--Ni siquiera por ti, Alberta --le dice. Le ha dicho que lo único que necesita para ser feliz es una lente, un cuarto oscuro, los productos químicos que develan imágenes inéditas frente a los ojos del mundo. Le ha dicho que ronca, que en la noche tiene la costumbre de tirar de las sábanas, que nunca llegaría a una cita puntualmente. Le ha dicho que hay un móvil en su vida, grande, unívoco.
--Mandaré por ti --murmura-- . Después.
Y la obrera romana que lo ha guiado por callecitas escondidas, cantinas con olor a vino agrio y atardeceres sin fin, enciende un cerillo y lo coloca bajo la palma de su mano.
--Maldigo el día en que te conocí, Joaquín Buitrago. Maldigo a tu padre y a tu madre, a los hijos que no tendrás, a las mujeres que tengan la mala suerte de domir a tu lado. Maldigo tu casa, las calles por las que camines de noche y de día, los cielos que te nublen la cabeza. Tú nunca triunfarás. Maldigo tus ojos que no saben ver. Esta quemadura te la debo a ti, Joaquín. Esta quemadura te va a doler el resto de tus días.
A un metro de ella, observándola sin atreverse a decir nada, él se concentra en el fluir del agua, el cielo, la noche, el infinito. La llama del cerillo es una luciérnaga en la oscuridad. Joaquín recoge sus botas, su chaqueta, su sombrero y, dándole la espalda, piensa que él no puede dearse consumir por la pasión de una mujer.
*
7 Un método sin puertas. Nadie me verá llorar, CRG.
el título de este fragmento está tomado de sus líneas.
--sbc
Alberta Mascardelli
En esos días lo que más amé de ella fue su inteligencia, la crueldad de su inteligencia. Si hubiera mandado cartas de amor y súplicas por escrito habría acabado por olvidarla en un par de años, su recuerdo disminuido por la misma intensidad de sus ruegos. Pero lo que ella me mandaba desde Roma eran mis propios ojos. Mis ojos viéndola, espiando sus rincones luminosos. Mis ojos mirando la técnica impecable de su triunfo, la planicie inmensa de mi derrota. Amo su pornografía, la falta absoluta de dulzura, la carencia de misericordia. Ten piedad de nosotros, Alberta, por lo que más quieras. Todas sus fotografías terminan cubiertas de semen dentro de bolsas de papel en una esquina del baúl de latón. Luego, cuando ya me ha acostumbrado a esperalas, las cartas dejan de llegar. Sin aviso. Y entonces, hasta entonces, empiezo a echarla de menos. Oigo su voz, platico con ella, la persigo bajo los puentes romanos en las plazas de la ciudad de México, y cuando me dice adiós, extendiendo el brazo desde lejos, la cicatriz en la palma de la mano parece una bendición: "Esta quemadura te dolerá por el resto de tus días, Alberta. Dios así lo queria".
*
Tres veranos muy largos. Un paisaje de lomas, nubes, ríos. Una mujer. Alberta. Roma que había partido su vida en dos: antes y después. Antes Alberta, y después la morfina.
*
Soñó con Alberta. Con la apertura milagrosa que era Alberta. Dentro de su sexo había luz; dentro de su boca nacía la luz; dentro de sus ojos moría la luz. Como alguna vez sucedió en Roma, Alberta colocó su propia luminosidad sobre las manos de Joaquín en el sueño.
*
--¿Conociste a una mujer llamada Alberta Mascardelli?
*
7 Un método sin puertas, Nadie me verá llorar, CRG.
--sbc

Tuesday, June 27, 2006

Quisiera
juan luis guerra

quisiera ser el aire que respiras

quisiera ser el rizo de tu pelo

quisiera ser tu séptimo sentido

y prender el alba y amasar la noche

y salir contigo disfrazado de horizonte

quisiera que me hablaras cuando callas

o al menos ser el nudo en tu garganta

tu zafazón de besos escondidos

y contar contigo

y doblar las calles

y sembrar guayabas

y soñar con mil detalles

quisiera ay tantas cosas más quisiera

quisiera ay tantas cosas más quisiera

revelar tus ojos

celebrar tu nombre

y salir contigo disfrazado de horizonte

*

Ella está hecha a semejanza de las cosas que amo.

Se parece a la noche,

o mejor: a una noche sin ausencias.

Ella es exacta.

Cuando la noche escurre, su cuerpo se humedece.

Me permite trepar mis temblores

y agitar su nombre desde la oscuridad.

Ella es irrepetible.

Nació en las piedras donde empieza mi desorden.

Definiciones/Eduardo Langagne

*

Ella es mi Luz

--sbc

Monday, June 26, 2006

Disertación poco clara sobre el deseo/inicio de diálogo
Querida Susana:
Uno a veces va por la vida como si ésta fuera una cosa simple, sencilla, vana y un tanto imprecisa. Uno no imagina que de pronto en el paisaje exterior aparecerán personas a las que uno va a amar mucho, a las que uno siempre va a añorar, personas que se convierten en parte de uno, por el sólo hecho de que están ahí: en el mundo de afuera soportando el duelo por la vida: tú eres una de esas personas. Siempre he querido escribirte, es decir, enviarte algo, un algo o aquello o un eso. No sé a ciencia cierta cómo acabe este mensaje, pero dejemos que el fluir sea cadencioso, lento.
Susana: cada vez que leo tus textos siento una irrefrenable necesidad de escribirte, de hablarte, de decirte que tienes razón que el amor es una ridiculez, que debemos llevar la imposiblidad a cuestas, que las cosas no son sencillas, que el deseo es imperioso: lo abarca todo, lo esconde todo, lo busca todo. Es eso, Susana, el deseo de tener un cuerpo cerca, alguien cerca; el deseo de tocar la piel de ese alguien, los labios como litorales, su boca como el mar y su espuma, todo, el deseo lo abarca todo, más allá de las palabras. Y es que, tus textos están llenos de algo más que palabras, de algo más que anécdotas, de algo más que hechos: están llenos de silencios, de dolor de estómago, de humo, de licor, de aire: un aire enrarecido, quizá, por la nostalgia, por el olvido, por el tiempo. Porque el tiempo nos pasa encima, Susana, sin ninguna piedad. Porque al final siempre estaremos proclives, vulnerables, disponibles al amor o a la imposibilidad. Y no es sencillo, sé que no es sencillo, no es fácil. Pero uno tiene que salir, dar la cara. Aunque seamos periféricos. Aunque seamos moléculas ajenas. Aunque estemos enfermos y, por tanto, llenos de palabras.
Muchas veces he imaginado tus silencios, tus sueños, tus lugares favoritos, tus espacios, tu infancia, tu colonia Roma, tus pintas, tus pasos sobre las calles solitarias. Me he imaginado también a las personas que forman parte de ti. A esas: las frágiles o dolidas o moribundas: las más tuyas.
Te he imaginado caminando sobre abismos. Abismándote. Regresando. Over and over again. Me he imaginado todo eso, Susana, lo hago porque quizá padezco lo mismo. Porque de pronto mi imagen no es clara. Porque el deseo también me corroe. Porque también sé ser un cabrón. Por todo eso, Susana. Pero también porque te quiero como a una hermana. Porque tu escritura me lleva a otros sitios. A otros lugares. Porque tu sola vida, tu vida entera es un querer llegar. Porque celebro tu escritura. Tu vida. Tu historia y tu Historia.
Mañana estaré ya en Tijuana, escribo esto, también, a modo de despedida temporal pero también como manera de iniciar un diálogo contigo, Susana. Una manera de que las palabras nos invadan.
Te envío un abrazo infinito y mi amistad/hermandad para toda la vida.
¡Juntos hasta la victoria!
Siempre tuyo,
Abraham
--sbc
Missa solemnis
"¡Dios por encima de todo! Porque una Providencia eterna y omnisciente guía la fortuna y el infortunio de los mortales." Ludwig van Beethoven
Escuché por primera vez música sacra en la Catedral, luego en la Basílica de Guadalupe. Tres iglesias han marcado mi vida espiritual: la iglesia de La Coronación, la iglesia de Santa Rosa de Lima y la iglesia de La Sagrada Familia. Representan un eje geográfico en mi cotidianidad. Las tres se ubican entre las colonias donde han trascurrido mis treinta cinco años de vida. Entre la Condesa y la Roma.
En la primera, recibí el primer sacramento, mi bautismo. También fue el sitio de mi primera confesión. La primera eucaristía. En mi infancia, solía ir al Rosario después de asistir a clases. Estudié en una escuela pública, al salir los niños corrían al parque España. Columpiaban sus cuerpos en estructuras metálicas mientras sus madres conversaban. Los sonidos del campanario y el órgano de esta iglesia me atraían lo suficiente como para llegar puntual a las 6:30. Al termino, el Padre Luis ofrecía dulces a los niños que oraban con devoción. Casi todos, evidentemente, lo hacían por merecer el premio. Pero, en su mayoría llegaban del parque sólo a recoger sus dulces. La iglesia estaba de paso.
Y sí, el estar de paso, me acercó a la otra, la Santa Rosa de Lima; entonces estudiaba la secundaria y de regreso a casa, también solía visitarla. Me impresionó el silencio. Su luz interior. Su limpieza perfecta: las bancas de madera finamente barnizadas. Los confesionarios. Las pinturas de los apóstoles. Inclusive el cuidado en el color de las flores armonizaba con el manto de las efigies sacras. El olor a nardos. En esos años, una de mis tías vivía frente a esta iglesia; los quince años de mi prima se celebraron ahí. Así que fue la oportunidad para escuchar una ceremonia acompañada del órgano. Desde entonces, la misa dominical transcurría para mí entre estas dos iglesias.
A la iglesia de La Sagrada Familia le guardo un cariño especial, porque es mi casa espiritual desde mi adolescencia. Su belleza arquitectónica e histórica es vasta, pero para mí representa el encuentro con Dios, el encuentro fraterno con otros fieles.
Mamá es una mujer con gran fortaleza espiritual. Misericordiosa. En más de una ocasión, me han conmovido sus acciones piadosas. Su enfrentamiento con la adversidad. Con la pobreza humana. Su vulnerabilidad física no ha mermado su espíritu combativo, su día a día digno. Sus ganas de vivir siendo lo que es a cada instante: esposa, madre, abuela, tía, madrina... católica. Nuestra mudanza no trasformó nuestro habito por asistir a misa. No obstante, de que en casa, hay una pequeña capilla, donde mi mamá podría quedarse a orar. Ella camina cada domingo por el empedrado hasta llegar a la iglesia del pueblo.
Esta mañana, no fui ni a La Coronación, ni a la Santa Rosa de Lima, ni a La Sagrada Familia. Fui a la Sala Nezahualcóyotl, otro recinto familiar, único. Acudí a escuchar el último concierto de la temporada de primavera de la OFUNAM; el último concierto bajo la batuta del director chino, Zouhuang Chen. El programa: Misa en re mayor; op. 123, Missa solemnis de Beethoven. Extraordinario. Emotivo. Inevitable sentir estas emociones conforme avanzaba la Missa; inevitable sentir el manto de mis creencias; inevitable recordar los cantos de mi infancia: sanctus, sanctus, sanctus... Inevitable decir: Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona novis pacem. Inevitable escribir: la llena de sol/la más fuerte/la todas/la más que todas/la infinita/la milagrosa/la que renace/la más mía/La madre.
--sbc

Friday, June 23, 2006

Mar de fondo
Al igual que el amor, el mar obliga. Al igual que el amor, el mar engaña. Pedro Salinas lo llamó, con justicia. El Contemplado. Imposible evitar la seducción de mirarlo y mirarnos; difícil enfrentarlo y no establecer analogías que van de los sabios lugares comunes nacidos con la sangre, a los poemas meditativos donde el mar se transforma en símbolo de viaje interior, de alabanza ensimismada. Hiperbólico y tiránico, como el amor o la muerte, el mar exige poemas, del mismo modo en que reclama víctimas, naufragios, pero a cambio nos ofrece vastedades celestes, inflamación de nubes, epifanías donde pone de manifiesto sus bondades de primer motor de la existencia. ¿Quién que se enamora no es poeta? ¿Quién que se enfrenta al mar no se transforma en la poesía? Vicente Quirarte: Peces en el aire altísimo: 1993.
Leí este ensayo de pie. De inmediato, llegó a mi mente el nombre de Francisco Hernández, a quien Quirarte páginas siguientes, ofrece con Mar de fondo. Recordé entonces mi obsesión por su poesía. Mi tránsito por la facultad. Mis intentos frustados por escribir un ensayo decoroso. Prefería entonces la exposición frente al grupo. Cada alumno del seminario elegía a su poeta favorito. Y seleccionaba un poema. John Keats. William Blake. Oliverio Girondo. Jorge Luis Borges. Sor Juana Inés De la Cruz. José Emilio Pacheco. Rubén Bonifaz Nuño. Entre otros. Debía dar razón del autor y del poema. Hubo exposiciones ricas en contenido bibliográfico, en citas. Poemas fascinantes. Metáforas. Inclusive Ricardo Jara se aventuró a presentar una traducción: Two English Poems, de Borges. Excelente. El poema y su traducción.
Tenía en mis manos un libro: Poesía reunida, que leía con vehemencia. Había memorizado ya algunos poemas. No dudé en mi elección: XIX La cama se desliza por un mar sin sueño./.../Una ola, la misma de siempre, lame los bordes de la almohada/.../En el mosquitero se retuerce una vaca marina./ XX. .../Doy mis primeros pasos sobre la cuerda floja de la convalecencia. Camino hacia la luna del ropero, miro mi palidez de azogue, mi cabello revuelto y largo, las cuencas inhabitadas de los ojos./.../Una alondra me dice que estamos en primavera./La calle es un largo delirio hacia el futuro./La casa, una pompa de jabón frente a una espina.
La locura no fue un tópico que apasionara a los jóvenes de mi generación. Estaban instalados en acreditar los últimos cursos de la carrera. Y la carga escolar, la mayor parte de las veces, terminaba por animorar la pasión literaria. Así que mi selección poética no movió a nadie, más que a mí. Todos aprobamos el Seminario.
La frontera del lenguaje, lo indecible; aquello que la palabra no alcanza a encarnar ha sido la constante en mi búsqueda y encuentro con la poesía.
La pasión amorosa hoy toca mis huesos, los tritura. Hoy, encarno mi propia locura amorosa, tan atraíada por una sola mujer, la Griega: Quiero cerrar los ojos para verla/para decir, sobre las urnas del insomnio:/la criatura nocturna se desnuda/y flota sin cesar en el lenguaje.
Regreso al Mar de fondo
X
Paura no tiene coño: tiene un molusco atroz entre las
piernas, un coral palpitante, un fruto que perfuma mis
víceras y el aliento de los tiburones.
Cuentan que fue muy bella en su primera infancia.
Dicen que su pelo servía de faro en noches de tormenta
y que su lengua salvó a más de una tripulación consu-
mida por el escorbuto.
Hay tonos en su piel que destrozan las redes.
Sus pezones señalan a quienes van a perecer ahogados.
En su culo profundo anidan cormoranes.
Ella es el premio con que sueñan arponeros mutilados,
buzos dementes y gavieros incógnitos.
Gélida, su espalda cuelga del cuello. Y su efigie picotea
mis labios abandonados en la playa.
XI
A una mujer que va de viaje al mar es inútil llenar de palabras.
...
A una mujer que va de viaje al mar no le hablen de la tierra
firme ni de los muelles del estado de gracia. No le
instrumenten fados ni le esculpan mascarones de proa.
Porque a una mujer que va de viaje al mar, llámese
Paura o Escafandra, se le ahogan los sueños.
Francisco Hernández
--sbc

Del álbum familiar
Querida Paty: diez años sin vernos, sin reconocernos. Aquí una imagen de mi álbum familiar. Mi hermana mayor, Guadalupe y sus dos hijos. ¿Los recuerdas? Quizá no. Eran unos niños cuando te hablaba de ellos. Abraham está junto a mí. Tiene 18 años. Le gusta el skateboarding. Hace un par de años se rompió el femúr patinando. Alan tiene 20. Es noble y amoroso. Vive con mis padres. Se ha convertido en un poeta bucólico.
--sbc

Thursday, June 22, 2006

Amor

Hoy comienza a regir el signo de Cáncer a las 7:26 am, hora del Este de EU marcando el inicio de una nueva estación. La Luna sigue en Tauro, Mercurio en Cáncer, Venus en Tauro y Marte en Leo.
¿Cómo pienso el amor? no lo sé. Ya no lo quiero pensar. Sólo sentir. La amistad. Tu amistad. Ayer mientras te esperaba miraba impaciente, al principio, las horas. El reloj del parque; el que cada quince minutos da unas campanadas. Mi vista empezo a recorrer las bancas próximas: niños pequeños con sus padres. Gente corriendo. Perros ladrando. Entonces cerré los ojos. Atardecía. Y en el sitio donde yo me ubique --en medio de los árboles-- un polvo fino cayó sobre mi cabeza. Polvo de sol envuelto en hojas secas. La gente despareció, sólo recuerdo el trayecto de la luz sobre la hojarasca. Los árboles bañados de un aire nuevo y los secretos de una caracola.
Lizy, a veces creo que no llego a ningún lado, ¿no te ha sucedio que abres los ojos y todo está oscuro? Acto seguido los vuelves a cerrar y todo está claro. Cuando salí de la oficina leía el texto astral: hoy comienza a regir el signo de Cáncer... hoy también entró el Verano. Incertidumbre.
Incertidumbre: no sé a dónde me lleva el destino. Ahora sólo estoy dejándome sorprender por lo que me sucede, como la tarde de ayer contigo.
--sbc

Monday, June 19, 2006

Discusiones acerca del Amor
Paty: Yo rara vez doy consejos, porque no creo ser apta para ello, pero he leído algo acerca de relaciones humanas y hay una cosa que al final he comprendido. Para tener una relación de pareja se necesitan dos personas que quieran tenerla. De otro modo, en lugar de una relación tienes un juego del gato y el ratón. Y así es en general cualquier relación; uno siempre puede más que el otro y nuestro inconciente nos obliga a entrar en una lucha de poder, pero no hay peor poder que el de controlar las emociones del contrincante. Desde mi muy particular punto de vista y con el único afán de ayudarte; yo te sugeriría que tuvieras cuidado con la gente que no sabe lo que quiere en esta vida. En fin. Creo, también que no existe la conquista amorosa. Te quieren SI o NO, y eso es todo, si la persona se tarda más de un minuto en contestar entonces la respuesta es posiblemente un NO. Hay quienes dicen que el amar es una decisión conciente, y que te despiertas por las mañanas y te convences a ti mismo de amar a alguien, y hay quienes dicen que no, que lo tienes que sentir.
Yo: Bueno, hace un par de días que empecé a leer Los placeres del dolor, de Pedro Ángel Palou. Este libro de cuentos llegó como anillo al dedo. Y aquí reproduzco un epígrafe de Música de adiós.
"En primer lugar, el amor es una experiencia común a dos personas. Pero el hecho de ser una experiencia común no quiere decir que sea una experiencia similar para las dos partes afectadas. Hay el amante y el amado; y cada uno de ellos proviene de regiones distintas. Con mucha frecuencia, el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante. No hay amante que no se de cuenta de esto, con mayor o menor claridad; en el fondo, sabe que su amor, es un amor solitario.
...Por esta razón la mayoría preferimos amar que ser amados. Casi todas las personas quieren ser amantes. Y la verdad es que, en el fondo, el convertirse en amados resulta algo intolerable para muchos. El amado teme y odia al amante, y con razón: pues el amante está siempre queriendo desnudar al amado. El amante fuerza la relación con el amado, aunque esta experiencia no le causé más que dolor". Carson McCullers.
Concluyo: no me gusta ser el gato de la historia y sé que soy, irremediablemente, quien ama, quien persigue, quien desnuda.
--sbc
La manaña debe seguir
a Patricia
Despierto. Seis de la mañana. No voy a ir. No quiero que mamá me vea así. Cierro los ojos y trato de dormir. Dos horas después. Abro los ojos. Estiro los brazos y las piernas. Me levantó. ¿De qué me serviría quedarme? Voy a ir. Me baño. Salgo a caminar mientras espero la hora para marcharnos. Mi hermana mayor aún no aparece. Espero sentada en la sala. Escucho mi silencio.
Ella llega Te sientes mal. Es tu pie. No. Siento un malestar en el pecho. Una opresión. Desde cuándo. Inquiere. Hace días. Mmmmm. Mientras caminamos rumbo al metro, dudo, Y si mejor me quedo. Te puedes dormir en el trayecto. Luego nos encontramos con mi hermano. No hay ninguna seña de familiaridad entre él y yo. Ni un saludo. Abordamos el transporte como extraños. Mi hermana se sienta junto a mí. Y antes de que el autobús avance, siento asfixia. Miro el cielo a través de la ventana, la abro. Respiro. Mis lágrimas brotan de manera automática. No las puedo controlar.
Tienes ojeras. No has dormido bien. Es obvio. De seguro te la pasas viendo películas. No. No viste en la mañana, una película sobre un homosexual. No. Le respondo. Sí, era un chavo que fingía tener novia. Quería complacer en todo a su papá; es difícil llevar una doble vida, es difícil ¿no?
Es la primera vez que mi hermana se refiere a mi homosexualidad. Su último comentario fue tan grotesco Sigues con tu vedette. No es vedette. Es bailarina. Y se llama Marcela. Es lo mismo. No. No es lo mismo. En diez años no volvimos a hablar de Marcela, ni de las bailarinas ni de estas historias.
¿Es difícil ser homosexual? Pensé por segundos mi respuesta. Pensé en la marcha lésbico-gay de esa mañana. Pensé tantas cosas que sólo le dije Sí. Y volví a mirar el cielo gris.
Mi lágrimas se atenuaron conforme avanzábamos en el recorrido. El trazo urbano se perdió y entonces sólo miraba pinos. La lluvia de la noche anterior había dejado ese aroma inconfundible a tierra húmeda. Fresca. Cerré los ojos. Dormí.
Mi hermana me despertó. Apenas bajé del autobús, caminé con cierta inquietud; el suelo empedrado del sitio me provocaba inseguridad en cada paso. Todavía faltan unos cuantos kilómetros para llegar, subimos a un taxi. En marcha, sólo pienso en ella. No hace falta decir su nombre.
Mamá.
Fui la primera en abrazarla. Mamá tampoco puede contener sus lágrimas. Llora. Me pregunta por mi pie. Y le digo que no es mi pie. Me observa. Te voy a preparar un té. El de siempre, verás que te hará bien.
Mamá tengo hambre. Mamá me sirve un plato con verduras. Mamá tiene comida para cada uno de sus hijos. Mamá está alegre. Yo también.
Mamá me lleva al jardín. Me señala una a una las flores: rosas, claveles, geranios. Blancas. Amarillas. Rojas. También hay frutos: duraznos, peras, chabacanos. Me pregunta si mi hermana me dio su último paquete. Si los chabacanos estaban dulces o amargos. Dulces, Mamá. Dulces.
Mamá me da tres besos y yo le doy otros tres.
Mamá y yo. Conversamos. La Abuela. El funeral. El novenario. La Cruz. Encarnación Santos. 99 años.
Mamá está cansada.
Mamá me enseña un sarape bordado con hilos de colores.
Mamá me prepara mi cama. Junto a la de ella.
Mamá me ofrece un té antes de dormir.
Mamá quiere que le de un masaje en su espalda.
Mamá lee un libro de oraciones mientras escribo esto.
Mamá no quiero que este momento se acabe.
Mamá dice “buenas noches” y me da un beso.

La mañana debe seguir. Despierto. No me quiero ir. Voy en busca de libros. Leo poesía y pienso en el mar. Mamá se acerca, me pregunta si ya he desayunado. No. Aún no. Miramos juntas el librero. Ya tiene polvo. Debes limpiarlo. Tus libros nadie los toca. Sólo el polvo. Le digo.
Permanezco en el suelo. La llama doble. Muerte en Venecia. Praga.
No sé qué título elegir. Y tomo los tres libros. Los guardo en una bolsa. Los releeré.
Retiro el polvo de otro: Peces del aire altísimo. Lo hojeo: Memoria de la sal, ensayo de Vicente Quirarte. Estoy fascinada. Lo terminó de leer y voy a la cocina. Mamá otra vez dándome todo tipo de indicaciones para sobrevivir a su ausencia, a sus cuidados.
Mi hermana está impaciente. Q
uiere que nos vayamos. Tendríamos una comida en la tarde. Mi tíos, mis hermanos, la familia. No podemos esperar. Lloverá. Mamá nos acompaña y en el camino nos encontramos a mis tíos. Bajan del carro. Abrazos. Risas. Comentarios. Recuerdo un sueño: Lizy y yo. Yo de su mano corriendo. Alguien nos persigue. Alguien nos quiere tomar fotos. Mi tía aparece en un carro blanco. Nos salva de la persecución. Siento alegría. La observo con esa misma sensación. Le digo que pronto estaré de vacaciones y prometo ir a su casa. Mamá, se despide de mí y me abraza. Invita a Lizy. A Lizy, Mamá, a Lizy.
--sbc

Thursday, June 15, 2006

*Marcela, también se llamaba Lola
Abrí los ojos a las ocho en punto. Una hora y media más de lo acostumbrado. Como quien despierta de un sutil letargo. Aún tenía en la mente los primeros capítulos de la lectura nocturna. Inmóvil durante unos segundos, repasé los objetos de mi habitación hasta alcanzar con la vista el título del libro que provocó aquel abandono profundo, sin sueños.
Releí las marcas color naranja de mis subrayados:
Lola era una puta que había dado entrada a muchos hombres y ahí estaba el resultado. Tarde que temprano había logrado ser lo que tenía que ser, y yo, ahora que ya ha pasado todo, que ya cumplí con ese privilegio que a los dos tenía reservada la vida desde el primero de nuestros encuentros: ser asesino y víctima.
Por fin la oportunidad de borrarla de mi obsesión; ese deseo salvaje que sentía no podía ser otra cosa que el amor; yo lo sabía, me di perfecta cuenta de cuánto la amaba todavía, por eso tenía que matarla, nunca sería más mía que cuando lo lograra y sentí bajo mi sino que había llegado la hora. Por eso lo hice y ahora siento que ya estamos en paz.
Formulé el argumento: "una bailarina de flamenco que recibe tres balazos en el estómago cuando llega a su departamento después de trabajar en un cabaret". Pensé en los constantes ires y venires de Marcela, en su búsqueda malograda por el dinero y el placer; en la completa insatisfacción de cada uno de los amantes que ha dejado. Pensé entonces en mí.
Tres semanas antes, ella me gritaba que no soportaría más mis depresiones, que prefería marcharse con otra u otro, "me da exactamente lo mismo", dijo. No existía diferencia entre un hombre y una mujer mientras ella se mantuviera en su viaje hedonista. Luego regresó como si nada me hubiera dicho, como si nada hubiera ocurrido, como si yo no supiera que sostenía un triángulo perfecto: un hombre casado, su amante y ella. Siempre ella. Regresó para pedirme que la ayudara a organizar su itinerario a otro lugar; qué importaba saber a dónde y con quién se iría, si al final siempre regresaba. Como hoy que, precisamente que ya regresó de Acapulco. "Ah, ¿A qué hora la veré?, A las doce".
Y yo tirada aquí, pensando en todo esto, sabiendo que no soy la víctima y que tampoco puedo..., que cada quien tiene su versión de las cosas; que toda esta historia que he leído, releído y subrayado es una gran mentira que sólo sirve para eso: inventarse. La realidad es otra, que nada tiene que ver con esos cuentos, o acaso...
Me levanté de la cama murmurando: Marcela, también se llamaba Lola.
--sbc
*quinta y última entrega
Textos seleccionados en la II Feria Universitaria del Arte. Otoño' 96.
*Esta otra vez
Esta vez, esta otra vez.
--Nos cerraron el puterío.
Y ahora, de nueva cuenta, empezar a buscar el mismo espacio en otro lugar donde tu cuerpo se desnude por el mismo precio. Donde su piel se consuma con la frialdad exigente de las manos presurosas por el placer a destiempo; entre las fragancias inodoras de un perfume rancio. Otra vez, con la noche encima de tu cuerpo, de espalda a la pared, al muro, a la puerta que se ha de cerrrar en el anonimato de la celda lujuriosa.
--Tal vez si cambiara de ciudad.
--¿Para qué?
--Para cambiar de aires, la contaminación.
--¿La contaminación o la corrupción?
Tampoco hubiera querido recordarlo; parece tan cotidiano: respirar el aire contaminado; vivir en la corrupción del delegado de la Cuauhtémoc entre la basura y los prostíbulos. Bastaba con encerrarlo. ¡No! Él pagará mañana con un billete de fianza su libertad y la historia de infiernos y castigos continuará.
--¿A dónde irás?
--...
--Perdón, ¿A dónde iremos?
--Ahora vas a olvidarte de todas tus promesas y te irás a tu casa.
--Eso es una tontería, ven, acércate.
Miré a Marcela enfrascada en la angustia de lo incierto. Por primera vez sentí su nerviosismo exasperante, como si temiera el adiós definitivo -más próximo, de cada encuentro, de cada despedida.
Largos meses intentando hacer alguna cosa que no fuera dejarla; viviendo indirectamente el mismo trayecto. Ya estábamos en la terminal de autobuses del poniente. Compraría su boleto y se marcharía sola. Mas se acercó una mujer... espejo de los años en el oficio, me aterró su figura; precipicio presente donde los pasos de Marcela resbalan sin que ya nada pueda evitarlo. Nos saludó con un beso en la mejilla; preguntó la hora, a saber si en un intento desesperado de apresurar el tiempo y aprovechar la noche.
El autobús partiría en pocos minutos, su destino, qué más deba saberlo, si esta vez Marcela y yo estábamos juntas otra vez. Esta otra vez ante la acostumbrada despedida nocturna y la promesa de mañana, mañana otra vez.
--sbc
* cuarta entrega

Friday, June 09, 2006

*Entre las sombras
Esta es la ruta que me estaba marcada: Salamanca, cruzar avenida Chapultepec, luego seguir por Toledo. Impaciente búsqueda nocturna. Sin perder más tiempo, allí estaba, en la esquina conococida, reconocida Dublín.
Detuve los pasos, el sonido de un par de tacones que se aproximaban rompió el silencio. Di vuelta, me paralizó su imagen en la oscuridad. Apenas pude esbozar una sonrisa ni siquiera logré abrazarla; una tenue mirada entrecruzada en señal de mutuo reconocimiento como si estuviesa perdida, y sólo ella pudiese hacerme sentir sin despojo alguno de dirección.
Doce días habían transcurrido atrás y ahora estaba conmigo. En el relato cíclico: había padecido una extraña fiebre, permaneció en cama durante el lapso de angustiosa espera. Y ahora era mi madre quien sufría de esa penosa aflicción. Y eran ambas quienes en su delirio me nombraban o a la inversa, yo quien en su ausencia reclamaba su regreso. Aquella fiebre nos golpeó severamente, más mamá todavía o se restablece. La Navidad pasó inadvertida; fueron los últimos comentarios.
Después de caminar por Reformar retornamos a Dublín, un beso súbito en mi frente anunciaba su partida.
--¿Me hablarás mañana?
--¡No!
--Bueno, pasado mañana.
--Nos vemos en enero.
Aquel beso se convirtió en una revelación, a lo lejos escuché su voz gritarme:
--¡Cuida a tu mamá!
Su silueta se desvaneció entre las sombras, se perdió en la noche de anoche. Mañana, mañana, quién sabe.
--sbc
*tercera entrega
¿El amor?
El amor no se puede contar. El amor es inicuo. Está hecho de gestos anodinos y costumbres difíciles de cambiar. El amor son los años que pasan uno tras otro sin variar. En el desierto, el amor es una planicie donde no crece nada (...). El amor es lo que hay bajo la lengua cuando se seca y a un lado de los pasos cuando no se oyen. El amor es un sauce a orillas del cementario de Venado (...). El amor es una tonadilla, apenas una canción.
Lo anterior
Cristina Rivera-Garza
¿Será cierto? Yo sólo coincido en que es inicuo.
--sbc

Wednesday, June 07, 2006

*En el absurdo de la espera: voy a correr
En el absurdo de la espera: voy a correr
Me despertó el sonido del teléfono, alcancé la bocina de inmediato antes de que alguien en casa descubriera las constantes llamadas clandestinas.
--Vas a venir --afirmó.
--No lo sé, todavía no aclarece, tengo que cruzar un parque, no lo sé.
--En unos minutos todo estará claro, nos vemos en la esquina, en Toledo, bye --colgó sin que pudiera decir algo más. Ella sabía que yo saldría en su búsqueda, que cruzaría ese parque a oscuras, que lo haría.
Me levanté aún con los ojos cerrados, en sigilo llegué al baño --¡qué locura!--, sentir el agua helada en todo mi cuerpo. Despertar así con la necesidad de verla, de sentirla en mí. Me vestí con una extraña impaciencia. Mis movimientos eran rápidos, macánicos: unos pants, unos tenis, pero me faltaba algo, se me olvidaban las llaves. Encendí la luz. La cama de mi hermana estaba vacía, seguramente no llegó y si mi padre se percataba de eso sería el fin de muchas salidas nocturnas. Dejé una nota: "voy a correr". Salí en silencio, ya afuera miré el cielo todavía gris, caminé alrededor de la avenida y crucé el parque. Sí, Marcela sabía que yo saldría en su búsqueda, que correría a su encuentro.
--¡Abrázame!
--¡Abrázame fuerte! --. La impaciente espera de una larga noche hasta el amanecer terminó cuando la vi aparecer al principio de Toledo. Corrí, corrí hacia ella, la abracé con tanta fuerza que casi nos caímos.
--Tengo más de treinta minutos esperándote. ¿Qué sucedió?
--Mi pago, ya sabes, te descuentan hasta por lo que ni te imaginas, pero lo recuperas con las propinas--, comentó con cierta ironía. --Caray, es domingo, llegaré a casa, me quitaré el maquillaje, aventaré los tacones, las medias, el liguero y me dormiré, sólo eso, dormiré. Me dio su bolsa y entrelazó su mano con la mía.
Dejamos pasar un camión, luego otro. Me observó.
--Me gusta tu cabello es tan suave, tan hermoso.
El semáforo marcó la luz intermedia.
--Ahora si me voy, te llamaré mañana.
Y subió, se alejó en un viejo camión ruidoso; sentí por primera vez un enorme deseo de seguirla pero también me sentí en el absurdo de la espera, de una espera sin esperanza, en una espera sin aliento.
--sbc
*Segunda entrega
Lilit
El cielo aún no se inundaba de la luz solar. Era esa oscuridad que antecede al amanecer. Caminé por horas sobre una línea intacta: el desierto. Las manos entumidas. Las sacudía a ratos como si con ello pudiera desprenderme el frío. Lo traía pegado en el cuerpo. No era mi sombra. No. Era la nostalgia que empezaba a helarme los huesos. La línea interminable se iluminó por una luz irreal. Lejana. Estiró sus brazos ardientes. La vi. El aire ausente apagó mi espejismo. Desperté con los ojos humedecidos y un capa delgada de sudor sobre mi piel. En los labios un nombre: Lilit.
*
Itaca
Al igual que Ulises, hoy en mi Odisea, en este viaje que algún día encontrará su retorno final en la tierra prometida. ¡Oh, amada Itaca! se hunden mis manos entre el llanto y la arena. ¡Oh, amada Itaca, dónde estás.
Lejos estoy de arribar cuando todo aparece tan contradictorio y la conquista de un nuevo espacio se convierte en la traición desesperada de un ciego que finge ver --cual espejismo-- lo que no es, lo que aún sus manos no han palpado. Así, el llanto arrebata toda posibilidad de advertir aquello que tocan incesantes las manos. Y el escepticismo se cifra una vez más en la contradicción por alcanzar con éstas lo que aquellos no pueden ver.
De oleaje y viento. Atenea trazó el designio, cómplice de Zeus me arrojaron en esta isla ¡Oh, Calipso! Me has atrapado, ninfa venerada, en la gruta por la que corre mi llanto y en tu cueva --cual oculto nombre-- habita el deseo mortal de mi sin regreso.
*
Tiempo cerrado, tiempo abierto. De regreso al principio, al origen, al primer gemido ahogado en el llanto sigiloso. Tierra seca, tierra estéril. Dolor más vacío sangran la herida. Madre-tierra me has arrojado de tu entraña sagrada causando tu muerte.
Yo: llanto, soledad, raciocinio. Vulnerable cuerpo de mujer, inútil combate de palabras, más palabras en medio del silencio.
--sbc

Tuesday, June 06, 2006

Círculo de Vida

Después de una larga agonía, ayer su cuerpo cansado desfalleció en el seno espiritual de la tierra que la vio nacer. Encarnación Santos. Murió. Rodeada de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos. Noventa y tantos años. Se llevó con ella, la lengua originaria, la lengua de sus ancestros. La lengua con la que nombraba el día, la noche, el cielo... la Creación.
Un mensaje en el celular me anunció su partida definitiva. Antes mi hermana mayor, se comunicó conmigo igual por el celular mientras comía en el barrio de San Ángel. "Sigue en agonía. Al parecer volvió a reaccionar". Enmudecí.
"Ya" es la frase que me ha acompañado desde ayer. No puedo evitar pensar en mi padre, en su oscuridad de años. Durante mi infancia, él nunca la nombró. Puedo pensar en su orfandad; en el abandono primigenio. Y luego, esta interrogación real. ¿Y ahora, será menos el dolor?
La conocí poco: un saludo, un beso. Ni siquiera pude hablar su lengua; mi padre también me la negó. Se va con ella el misterio de su separación; los secretos de un amor que sólo le pertenece a los dos: la madre y el hijo: La Creación. Y yo soy parte de esa cadena filial. Me siento triste por mi padre; por mi madre que es mía y es también, la madre de mi padre. Ella está con él. Y me conmueve su entrega, su amor total.
Para ti padre transcribo estos versos:
Hay que voltear atrás
tarde o temprano,
soldarse a algún pasado,
pagar todas las deudas
--de un solo golpe
si es posible.
Así, si tú te vas,
idioma de mi lengua,
razón profunda
de mis torpezas
y mis hallazgos,
¿con qué me quedo?
¿con qué palabras recordaré mi infancia,
con qué reconstruiré
el camino y sus enigmas?
¿Cómo completaré mi edad?
Fabio Morábito
--sbc

Monday, June 05, 2006

*Invento que te invento
Entre Tokio y Dublín: la estética de un beso
I
Dejé escapar más de un par de lágrimas mientras ella leía la carta que escribí anteayer. Lloré, lloré en medio del silencio, de su silencio.
--Me gustó, ¡vámonos!
--¿Sólo eso?
--me desagrada este lugar. No estamos solas.
--Y qué.
--¡Nada!, ¡vámonos!
Nos alejamos en la incesante necesidad de creer, de tener fe, de sabernos la una en la otra. Ya en el camino le pregunté si iría a trabajar. Me contestó insegura que sí a pesar de sentirse cansada, agobiada por la falta de dinero. --Aún no hemos llegado, podemos regresar--sugerí. Dudó. Tomé uno de sus libros Poesías líricas del Siglo de Oro, indiferentes lo observamos juntas; ningún comentario. Habría que seguir, habría que continuar el camino juntas, de la mano.
--Tengo apenas unos minutos--. Apuramos los pasos, cruzamos la Zona Rosa, luego Reforma, dimos vuelta en La Diana. --No me gustaría que fueras hasta...
--No importa.
--Te has dado cuenta de algo.
--No, de qué--, la observé.
--Hoy no me has besado--dijo. Levanté la mirada Tokio, aquí es, ¿verdad?
--Sí--afirmó enmudecida y el silencio pesó entre ambas.
II
La he dejado a unos cuantos pasos de Libido. Un beso suave, apresurado, deseo frustrado aprisionado en un sólo instante: el roce frío de sus labios en los míos. --Adiós--. Mañana, la certidumbre de su llamada casi al amanecer, el aroma que vierte su piel al contacto con la mía. Mañana, mañana estaré nuevamente con ella, pensé mientras caminaba sola rumbo a casa; la oscuridad invadió mis sentidos; vuelta a la derecha; segura que mi madre me esperaba en la puerta. Allí mamá, mamita... so far away, so far from me coming up close. Llegué a casa, la cena estaba lista. Sigo pensando en Marcela, en lo injusto de estar tan cerca y tan lejos. En esta maldita sensación de impotencia; mientras yo comparto la mesa con mis hermanos; ella baila sobre una igual; mientras yo duermo, ella permanece en la vigilia forzosa tras la espera de algún servicio.
III
--¡Dame un beso!
--¡No!
--Sólo dime por qué-- pregunté
--Este lugar es muy selectivo en su personal, no permite algunas cosas.
--Cómo qué, insistí.
--La preferencia sexual, tú sabes, si alguien nos viera--, extendió sus manos.
--¡Dami mi carta!
--¡No!, si alguien la leyera. Yo también soy selectiva--. Me di la vuelta, ella desapareció al final de Dublín. Aquello no parecía un lugar de esos; un letrero que anunciaba una estética, pensé entonces en la belleza, en la inocente belleza femenina de Marcela: una niña tierna, una joven adolescente todavía, en medio de la impostergable necesidad de convertirse en una mujer, una mujer más.
--sbc
*Primera entrega de cinco cuentos cortos

Friday, June 02, 2006

Luz subterránea
La primera vez que vi su llanto ella abrazaba un árbol. Una extraña sensación me paralizó. Fue cuando escapó de la sala de conciertos. Aquella vez habíamos discutido durante el intermedio. Marcela había bailado mucho, casi toda la noche como para continuar insomne. La luz tenue iluminaba su rostro cansado; el maquillaje disminuía sutilmente las curvas hundidas, profundas de su mirar somnoliento. Yo, en cambio, en un afán egoísta, deseaba disfrutar esa mañana: el desayuno dominical en un lugar poco concurrido. Una mesa reservada para dos, descubierta por la mezcla aromática de los jugos frutales que ella ignoró, “café, sólo café”, ordenó.
Al salir nos dirigimos a la sala; sentada a mi lado izquierdo, inclinó su hombro sobre el mío mientras mis manos buscaban presurosas la suya. Su fatiga era evidente y el primer sobresalto vino enseguida. “Soñaba que estaba en un bosque, un hombre desconocido me perseguía. Corría, corría hasta que caí”, dijo en voz bajísima. Las luces se encendieron, la novena sinfonía de Dvorák había concluido; entonces me miró asustada mientras la ovación del público animó una fuga.
-¡Discúlpame!, he dormido poco -dijo en tono brusco. Acerqué su cuerpo al mío, intentaba abrazarla, pero ella se rehusó y, con un gesto de enfado, se dirigió a la puerta de salida. Inmóvil por varios segundos no supe qué hacer: seguirla o dejarla partir.
-¡Marcela, Marcela! -grité. Ella continuó en su andar apresurado.
-¡Espera! -la alcancé. Me observó contrariada.
-¿Para qué quieres que me quede? Esto es demasiado irreal para creerlo mío. Mañana será igual. Todo es bosque. Persecución. Caída. ¡Quédate tú!
Y se alejó, se perdió entre las sombras de los árboles. Su silueta se desvaneció entre tristezas y desvaríos.
Seguí la ausencia luminosa de Marcela. ¿Cómo decirle que en sus ojos existía una luz irresistible? “Atrás de tus pupilas resplandor, torrente, fuego”. Pero tenía miedo de acercarme más, de mirarla, de refractar la luz subterránea de su espejismo e incendiar aquel bosque donde ella corría desesperada. Allí estaba muy cerca espiando su dolor. Sí, la primera vez que presencié su llanto ella abrazaba un árbol.
--sbc
*cuento publicado en Romper el hielo. Novísimas escrituras al pie de un Volcán (compilación Cristina Rivera-Garza) Ed. Bonobos y Tec Monterrey, 1era. edición, México, 2006, pp. 84-85.

Thursday, June 01, 2006

La Catedral en sus ojos
Moverse supone la esperanza, ir, venir es creer en anhelar un dónde, un cuándo. Bellas Artes, dieciséis horas pm. El tiempo pasado de un encuentro que me negó el acostumbrado recorrido sabatino por las salas de algún museo. Esa vez fue diferente, desde su llamada del día anterior. "Quiero caminar contigo. ¡Vamos al Centro!" exclamó. Elige tú la hora, tiene que ser mañana antes de que oscurezca --continuó--. Me sorprendieron aquellas frases; sus demandas parecían sin sentido: caminar conmigo, ir al Centro, ¡Qué raro!, pero, cuánto la extrañaba, que sin vacilación alguna, acordé el dónde, el cuándo.
Bajé del taxi treinta minutos después de la hora señalada. Tendría que estar enojada por el retraso, pensé mientras me acercaba al Palacio. Marcela salió a mi arribo. Dio un salto pequeño hasta que sus brazos alcanzaron mi cuello. Me besó.
Caminaba, caminábamos. Ella conducía nuestro tránsito por la estrechez de las calles. Esquivábamos entonces, los otros cuerpos, las otras miradas que apuntaban insistentes como decenas de dardos a punto de penetrar sobre nuestra figura siempre unida. Recorrimos en dirección opuesta los señalamientos hasta llegar al sitio que sólo Marcela buscaba: una joyería.
--¡Lo prometí!, tiene que ser oro --dijo. Recordaras aquella ausencia de semanas completas donde mi cuerpo se desgarró más que en cualquier otra cama que en la mía, y no de placer, sino en la postración dolorosa de una fiebre que me consumía lentamente. Lo prometí, sólo él podría salvarme--. La Catedral apareció entoces en la mirada de Marcela; sus ojos se posaron como un par de gotas imantadas sobre la edificación barroca. Mi admiración aumentó cuando ella se acercó al mostrador y señaló el objeto ofrendado: un corazón de oro.
Hasta el último atardecer de septiembre, seríamos las dos quienes llevarían su fe más allá de este transitar mundano.
--sbc