Thursday, June 15, 2006

*Marcela, también se llamaba Lola
Abrí los ojos a las ocho en punto. Una hora y media más de lo acostumbrado. Como quien despierta de un sutil letargo. Aún tenía en la mente los primeros capítulos de la lectura nocturna. Inmóvil durante unos segundos, repasé los objetos de mi habitación hasta alcanzar con la vista el título del libro que provocó aquel abandono profundo, sin sueños.
Releí las marcas color naranja de mis subrayados:
Lola era una puta que había dado entrada a muchos hombres y ahí estaba el resultado. Tarde que temprano había logrado ser lo que tenía que ser, y yo, ahora que ya ha pasado todo, que ya cumplí con ese privilegio que a los dos tenía reservada la vida desde el primero de nuestros encuentros: ser asesino y víctima.
Por fin la oportunidad de borrarla de mi obsesión; ese deseo salvaje que sentía no podía ser otra cosa que el amor; yo lo sabía, me di perfecta cuenta de cuánto la amaba todavía, por eso tenía que matarla, nunca sería más mía que cuando lo lograra y sentí bajo mi sino que había llegado la hora. Por eso lo hice y ahora siento que ya estamos en paz.
Formulé el argumento: "una bailarina de flamenco que recibe tres balazos en el estómago cuando llega a su departamento después de trabajar en un cabaret". Pensé en los constantes ires y venires de Marcela, en su búsqueda malograda por el dinero y el placer; en la completa insatisfacción de cada uno de los amantes que ha dejado. Pensé entonces en mí.
Tres semanas antes, ella me gritaba que no soportaría más mis depresiones, que prefería marcharse con otra u otro, "me da exactamente lo mismo", dijo. No existía diferencia entre un hombre y una mujer mientras ella se mantuviera en su viaje hedonista. Luego regresó como si nada me hubiera dicho, como si nada hubiera ocurrido, como si yo no supiera que sostenía un triángulo perfecto: un hombre casado, su amante y ella. Siempre ella. Regresó para pedirme que la ayudara a organizar su itinerario a otro lugar; qué importaba saber a dónde y con quién se iría, si al final siempre regresaba. Como hoy que, precisamente que ya regresó de Acapulco. "Ah, ¿A qué hora la veré?, A las doce".
Y yo tirada aquí, pensando en todo esto, sabiendo que no soy la víctima y que tampoco puedo..., que cada quien tiene su versión de las cosas; que toda esta historia que he leído, releído y subrayado es una gran mentira que sólo sirve para eso: inventarse. La realidad es otra, que nada tiene que ver con esos cuentos, o acaso...
Me levanté de la cama murmurando: Marcela, también se llamaba Lola.
--sbc
*quinta y última entrega
Textos seleccionados en la II Feria Universitaria del Arte. Otoño' 96.

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