Al margen Fritz Lang
-De modo que para eso acudiste a la cita, para decirme que por fin te casas con él.
-Sí lo siento.
-No lo sientas. En realidad, no hay nada que sentir, nada que lamentar. Todo está bien. ¿Y cuándo te casas?
-A comienzos de julio.
-Perfectamente. Que sean muy felices. Creo que harás una magnífica ama de casa.
-Por Dios, no son de tu estilo esos sarcasmos.
-Si crees que a esto se le puede llamar sarcasmo, estás muy equivocada. Puro y simple rencor, puras y simples ganas de mandarte a la chingada, ¿qué te parece?
-Que no lo tomas con mucha elegancia que digamos.
-¿Y qué me dices de la elegancia con que vienes aquí, después de llevar yo una hora esperándote, y me dices así, tranquilamente, que es la última vez que nos vemos?
¿Qué me dices de eso?
-Pensé que no te tomaría de sorpresa. Ya habíamos hablado de ello. En realidad, desde que iniciamos nuestra relación estaba claro que seríamos libres y que no habría ningún sentimentalismo entre nosotros. Tú estuviste de acuerdo.
-Sí, es verdad, no me toma de sorpresa. Y confieso que estuve de acuerdo. Pero creí que habías olvidado ya el pacto. Creí que sería tan hombre, que serías tan mujer y que habría tanto amor entre nosotros, que el pacto quedaría olvidado.
-Sabes que te quiero. No soy una ramera. Imposible haber tenido una relación así contigo y no quererte. Pero...
-Pero no me amas, eso es todo.
...
***
Hace años, quizá diez, leí por primera vez este cuento de José de la Colina. Fue en el taller de cuento que impartía Guillermo Lescano en la FFyL-UNAM. Uno de mis compañeros lo llevó y lo leyó en voz alta. Lo discutimos. Analizamos su estructura: una historia que son dos. Una lectura también entre líneas (como todas). A todos nos inquietó su contenido: el desencuentro amoroso. Todos o casi todos éramos jóvenes, jovensísimos. Veinticinco años. Estaba enamorada. Muy enamorada de la vida, de la literatura, de dos mujeres: Azucena y Marcela. Marcela y Azucena. ¿Era feliz? Seguramente. Miento. Probablemente. Acierto.
Leía con atención esta historia, sus palabras altisonantes, sus maldiciones, su rabia. El enojo. No habría podido escribir algo así. Alguna vez intenté parafrasear una historia como ésta. Ahora que el recuerdo en la lectura me toca el corazón y la emoción fluye. Sé porque hay historias que no, no sé pueden inventar así como así. Sería tan inútil escribir un relato de desamor sin que mueva a quien lo escribe. Esta es la razón de mi transcripción. El recuerdo de aquellos años donde el amor era una expectativa. Ahora sé que puedo escribir mi propia historia.
--sbc
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