Monday, May 22, 2006

La historia de una posibilidad: Lizy y yo, la amistad
Totonicapán, Guatemala me abrió una puerta: tu amistad. Lluvia y viento anunciaban ya el tránsito postergado. Allí alrededor de la sencillez cotidiana de un pueblo k'iche, alguien me anunció tu nombre y desde entonces, desde aquella noche que abriste la puerta, estamos juntas. Dejar fluir, dejarse guiar por las percepciones, por los sentidos. He de confesar que el primer día de actividades de las jornadas, cuando los artesanos llevaron sus productos, salía una y otra vez; al igual que tú, quedé enamorada de la cajita de madera. Lejos de sentir frustración, sentí alegría porque tú la adquirieras. Compartir las afinidades, los anhelos, las obsesiones ha sido la constante de este tiempo.
De los cuatro puntos cardinales: norte-sur, este-oeste. Espacio-tiempo. Tiempo cíclico. Me conmueve, me conmueve haberme sentido extraviada antes de ti, como la niña que fui buscando el rumbo. Aún vivo aquel día en que acompañaba a mi mamá al mercado; no sé en que momento dejé de sentir su mano en la mía. La sensación de abandono me transtornó en medio de tanta, tanta gente. Sin llanto, regresé a casa. Nunca supe cómo crucé calles, el parque, la avenida en doble sentido; sólo deseaba encontrar a mi madre. Es la misma sensación que percibo cada vez que estoy en un lugar desconocido. Quizá, por esa razón cuando me indicaste el recorrido que habíamos realizado aquella tarde que nos alejamos del hotel para comprar chalinas; yo me sentía absurdamente despojada de dirección y tú fuiste lo suficientemente amable: mi temor infantil se desvaneció.
Desearía seguir escribiendo, describiendo cada uno de los momentos que he vivido con enorme sorpresa junto a ti. En cada uno hay algo mágico, hay algo que me remite al pasado y se confronta con el presente, es un momento catártico. Desearía también agradecer tu generosidad a través de estas cuatro imágenes que guían mi corazón.
Susana
12 octubre 2001
--sbc

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