Tuesday, May 02, 2006

A la orilla
a Ileana
Pasó el tiempo, como siempre pasa,
justo a la orilla de uno.
Nos sentamos por la tarde, observamos
la oscuridad que lentamente se desdobla:
Ningún reloj cuenta esto.
Cristina Rivera-Garza
I. ¿Cómo llegué aquí? Una calle circular, más bien es un óvalo. Esta calle da origen al nombre de su colonia: hipódromo de la Condesa. Vivo en Ámsterdam 62. Vivo aquí desde agosto pasado. Una casa antigua, construida en 1928 por el ingeniero Dantan. Luego, habitada por la familia Aguilar, según me relata su actua dueña.
Llegué a esta casa por sugerencia de mi hermana mayor. Cuando decidí venir a vivir aquí, las condiciones materiales no pasaron desapercibidas. Su marcado descuido en el exterior la colocaba en un sitio marginal. Fuera del contexto de una colonia viva, moderna. No obstante, su localización me atrajo: Ámsterdam y Sonora. Sonora y Ámsterdam. La contraesquina del tiempo, del olvido.
La casera me mostró el segundo cuarto de la azotea recién acondicionado. El piso de loseta con formas semejantes a la madera. Dos ventanas amplias una en la parte frontal y otra al costado. Mil quinientos pesos al mes. Acepté. Ella me preguntó por el color interior. Sugirió rosa o durazno. "Blanco". Concluí. Aunque el área de servicios: baño y cocina se ubican en el primer nivel. No habría inconveniente, yo sólo utilizaría el primero para ducharme. Me advirtió de la puntualidad en el pago y la prohibición de visitas.
A la siguiente semana, empecé la mudanza. Me parecía una falta de respeto cuestionar la forma de vida de sus moradores. Aunque era más que evidente el desorden en la casa. Pero, yo sólo ocuparía una habitación. Un dormitorio. Aislado. Solitario. Silencioso. Fuera de su ambiente familiar. "Buenas noches, buenos días", eso era suficiente para mantener una relación cordial. Distante.
II. Mi madre siempre al pendiente de mí. Estaría más segura de que su hija predilecta siguiera viviendo en la constante de una vida cómoda: el supermercado. El mercado. La panadería. La farmacia. La lavandería. El correo postal. La iglesia. El parque España. El parque México. Los jardines que rodean esta casa, este circuito. El transporte y las diversas líneas por donde arribar: Sevilla, Chapultepec, Chilpancingo, Patriotismo y otras más. Insurgentes y su Metrobús a unos cuantos pasos.
Los parientes cercanos en la colonia vecina, Roma.
Mi vida de agosto a enero transcurrió sin sentir gran pesar por el cambio. Visitaba a mis padres cada fin de semana y a los nuevos parientes que se iban sumando en cada visita. Nuevos sitios. Nuevas rutas. En este vaivén no hubo momento para añorar el pasado. Por supuesto, la añoranza primera: mi madre. Su comida, su protección, su cobijo nocturno, sus cuidados. Mi madre es una mujer entregada a sus hijos, a sus nietos, a mi padre. Amorosa. Dulce, La más mía.
III. Una caída. Un tropiezo. "Ni siquiera me dolió", me levanté del suelo y aborde el Caminante. Recuerdo haber pisado algo muy suave. Algo que se deshizo debajo de la suela elástica de mi zapato. Subí de prisa. Durante una hora, fingí mirar con atención la película que se proyectaba en la pantalla. Deseaba llegar. Dormir.
IV. Encendí un cigarrillo. Tenía deseos de inhalar profundo un tabaco fuerte y dejar escapar el humo. Lento. Lentísimo. Mirar el humo. La nada. Dormir.
V. Desperté en una pesadilla.
Hace quince días que me despierta el zumbido de moscas negras. Merodean
mi cuerpo, mi alrededor. Siento asco. El olor a basura acumulada, pútrida.
Los orines del gato. La pestilencia total. Avasalladora.
Cuarto día sin bañarme. Soy parte ya de este cuadro patético de abandono.
Siento comezón en la planta del pie derecho. Inmóvil. Tres dedos asoman
pálidos. Grises. Fríos.
Miro las muletas que ha traído mi hermana mayor. La observo sentada
en el sillón de enfrente. Me dice: "hay cosas peores, por lo menos tú tienes esto",
se despide.
Un sillón viejo rechina en la penumbra. Las horas pasas lentas. Eternas.
El insomnio ha regresado, las moscas también, zumban
sobre mi cabeza. En mis oídos, la gotera del baño no cesa:
tac, tac, tac, tac.
La madrugada cae afuera
no la distingo. No la veo.
No hay luz, sólo esta negritud que corta mi respiración.
El aire huele a mierda.
A la orilla pasa el tiempo.
Un sillón viejo rechina en la penumbra. La puerta como un cielo alto.
Inalcansable.
A la orilla pasa el tiempo.
--sbc

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