Tuesday, August 14, 2007

"y en la continuidad... sigo con fe. Seguiré con la disciplina necesaria. Sin perder el humor. El humor negro característico en estos espacios. Será un trabajo discreto. Amable. Paciente. Humorístico". Pienso en ello mientras observo su rostro marchito sonreír y eso me da paz. "Parece un santo" y también le esbozo una sonrisa. "Santa Madriza que le dieron" y no siento pena sino cierta admiración. Es evidente que él enfrentó a su agresor. Y entonces, ocupo mi sitio, mi lugar en el extremo de la mesa.
Es un grupo menor, apenas ocho, de los cuales tres pertenecemos al grupo anterior. De nueva cuenta, la sogem está presente a través de un joven que viste como un perfecto, en realidad, no sé qué adjetivo colocarle; los hilos en sus cabellos, es decir, sus largas rastas y los tatuajes en sus brazos y la barba sin afeitar en el rostro, lo hacen: atractivo. En sus cosas sobre la mesa aparece un libro de cuentos de Raymond Carver.
Al lado mío, dos cuarentones. Y sólo eso puedo adivinar, la edad. Uno de ellos, me asombra, otro libro que algo define: En una piel de león de Michael Ondaatje. Le pregunto si puedo tomar el libro y hojearlo. ¡Qué envidia! ¡Qué envidia su lectura! Por ahora, no podré leer más lo estrictamente necesario. Y vuelvo a observar, es la primera vez que las jóvenes no me llaman la atención. Quizá, sólo una de ellas, pero, prefiero leerla. La charla avanza. Uno de los nuevos talleristas pregunta si no le aburre leer lo mismo, es decir, piensa, y en efecto, que los temas son repetitivos. Y que si ello es materia de aburrimiento. Él comenta lo contrario con varias anécdotas. Se calendarizan las lecturas próximas. Y charla termina o reinicia con un largo cuento; el (re)cuento propio de su vida literaria, de sus influencias, de sus vicisitudes. Y una más que nos descubrió: mi padre fue muy amigo de Pedro Infante. Fue mi padrino de primera comunión. Y en un viaje a Sudamérica, alguien publicó en un diario: "El ahijado de Pedro Infante presentó su libro...".
--sbc

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