Tuesday, August 14, 2007

Pocas veces he sentido que hago lo correcto, que estoy en la línea indicada. Y no tiene que ver con la responsabilidad, la culpa, el deseo sino con mi propio destino. Es decir, he aceptado que mi destino es único e intrasferible. Y lo cumplo. Vivo. Con el asombro que provoca despertar. Y aún no sé cuál de las dos acciones: escuchar o abrir los ojos va primero. Me asombra mirar la luz del día. Escuchar el canto armónico de los pájaros afuera de mi ventana. Caminar por el parque México de ida y vuelta. Es mi jardín. Es mi espacio. Lo ha sido por años. Amo el tránsito de mi cotidianidad. Y también vivo con asombro las líneas de cruce en mi camino. Aquellas que me hacen saber que la vida es corta. Apenas un abrir y cerrar de ojos. Apenas un guiño.
Esta mañana cuando me dirigía a mi trabajo, encontré a un compañero de estudios. Él y yo no fuimos amigos pero si tuvimos una relación cordial durante los años, en que primero, compartimos las mismas asignaturas, los mismos salones de clases, los mismos profesores. Quizá el mismo deseo: Tamara. Luego, tuve que ausentarme por un largo período, cuando regresé a la facultad, él ya se había convertido en un maestro estricto. Impartía Lecturas dirigidas. También fue mi profesor. Y aunque debo reconocer que no lo miraba como tal. La relación siempre fue cordial. Hoy no sé qué de todo eso evoqué en el instante que él cruzó la línea del pasado, del presente. Me habló de su doctorado. De los libros que ha traducido. Me habló de la primera persona: Yo.
Y mi yo, de manera inconciente, le preguntó por Percival. "¿Está seguro?". "Sí", afirmó. ¿Cómo puedes estarlo?, inquerí. "Porque la facultad emitió una esquela". Y no dije nada. En cambio, él agregó algo más: "conociste a ... hace unos días murió ahogada en Mazunte. Una ola...". Y mientras me relataba el suceso, recordé que Pedro Serrano, al finalizar el Seminario de Poesía, nos llevó a festejar a la Guadalupana. Ahí fue la última que la vi.
Había cierto aire de incredulidad, como si estos sucesos no fueran ciertos. El metrobus avanzaba veloz. Y ambos nos quedamos callados por segundos. Frente a la ventana, cerré y abrí los ojos. Vi a Percival confundirse entre la gente que caminaba con rapidez. Con su paso firme y pausado. Sin prisa. Sin tiempo. Abrí los ojos otra vez. Percival desapareció. Apenas el guiño de la nostalgia, de esos años en que juntos transitamos el mismo camino, la juventud.
--sbc

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