El domingo la Orquesta Sinfónica de Minería ofreció su último concierto, que incluyó obras de Igor Stravinsky y la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, en la Sala Nezahualcóyotl.
Este verano fue tormentosamente musical. Recordé a Marcela cuando acudíamos al concierto sabatino. Y la mañana siguiente, repetía. Sí, otra vez, el mismo concierto, pero con otra joven. El domingo fue una mezcla de ambas mujeres en una: La Griega.
Estaba nerviosa. Emocionada. Excitada. Todo junto. El concierto fue por la tarde. Después de la magnífica interpretación de la Novena. Salimos y conversamos largo. Su confesión tristísima: "Tú tienes esto, qué es tan bello. Tú eres de este lugar. Y yo no sé pertenecerle a nada. A nadie". No supe qué decir. Sólo la miré llorando. Las gotas de lluvia empezaron a caer sobre las dos. Y corrimos juntas, de la mano. Todavía sentía en mis labios la humedad de su boca a final del encore. Las notas musicales. El coro. Y la sentencia final: "Yo no sé pertenecerle a nadie". Entonces contuve mis pasos por segundos, la observé a mi lado, ¿pero, quién llevaba a quién? ¿hacia dónde? Liberé su mano de la mía y caminamos lento, sin prisa, libres.
--sbc
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