De camino a casa una iglesia; el olor a nardos y a incienso me detuvo por momentos, no lo puedo evitar, entré. "La mañana debe seguir...", me dije mientras permanecía de pie. Las imágenes de los apóstoles se movían, o al menos, yo me sentí observada por ellos. Reí. Y de pie pensé en la conciliación. En estos años de extravio. De infortunio. De incertidumbre. El verdadero mal en el hombre es deseo de control. "Eso", me dije: "lo que no podemos controlar nos vuelve frágiles. Entonces mi propia vulnerabilidad será mi fuerza". Le guiñé un ojo a San Judas Tadeo. Salí.
"La mañana debe seguir y caminé sobre Orizaba, crucé Río de Janeiro y luego, Luis Cabrera, la otra plaza; enseguida encendí un cigarro, Alguien en un crucero me pedió lumbre, traía una guitarra. "¿Qué cantas?", le pregunté. Él, de inmediato, la tomó:
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
camino sobre la mar.
Nunca perseguí la gloria
ni dejar la memoria
de los hombres mi canción.
Yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
A la tercera estrófa yo ya estaba cantando con él: Caminante son tus huellas el camino y nada más. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar, se hace camino, y al volver la vista atrás. Se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
--sbc
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