Friday, February 17, 2006

La juez

Hay años entre las dos
olor a palabras juntas y muchas horas
una madrugada que apareció azul por la ventana y nos
hizo pensar en algo largo (infinito humo,
maldades, tamarindos).
Nos miramos como el guiño ciego de los espejos tantas
veces
bajo el escalofrío de la llovizna el mismo paraguas
nos cubrio de Agosto.
Íbamos sobre las banquetas como sobre abismos.

¿Existió la gota que me erizó el organismo?

Tu nombre sabía a paréntesis, creo.
Creo que eras el ruido de la puerta que rechina,
el ángulo de luz, un vestido.
Creo que una noche llegaste a la cantina con la pijama
puesta y el cabello húmedo de mandarinas.
Creo que había pólvora y cocaína bajo tus suelas
cuando el perro de la nostalgia te mordió
los tobillos.
Que te conocía como el mapa de mis manos, creo.

¿Existió el humo de los mil cigarrillos?

Te llamabas días en que fui feliz.

Cuando tu nombre era Bolívar, en tu ojo derecho había
un restaurant chino y el izquierdo estaba vacío.

Tus hombros caídos querían decir complicidad a la par
de los míos.

Vivíamos en el universo prehistórico de las mujeres
solas, creo.
Antes de que se inventaran los registros, inscribrimos
sombras en el muro blanco y en el piso.

Creo que en la gramática de los huesos nuestros
cuerpos eran puntos suspensivos.

Te llamabas Ciudad Más Grande del Mundo.
Te llamabas afortunadamente.
Te llamabas todas las cosas y cuando yo decía todas
las cosas murmuraba tu nombre más querido.

¿Existió el libro y, dentro del libro, existieron
las páginas del libro?

Hay años maredos de alcohol entre las dos, luces
indescriptibles, horas mordiéndose la cola.

¿Existieron las luces?

Nos pintamos las uñas juntas, creo.

¿Existieron las luces?

Dime que existieron las luces.
Dime que todavía respiras el humo de los mil
cigarrillos.
Dime que hay una gota de frío resbalando
por los cuellos de todos los agostos
que había charcos de tinta china entre las páginas
del libro, dime.

Mejor no me digas nada.
El olor a palabras juntas es tu olor, creo. Vaho gris.
Aliento matutino.
Estanque menstrual donde se hunden los cartílagos
de los niños.

Lodazal.

¿Existieron las luces?
¿Hubo alguna vez banquetas que se abrieron como
abismos?

Nunca supe tu nombre.
Creo que nunca bajé al sótano de tus celdas.
Creo que nunca oí, nunca
la condena a muerte que dictaste para mí.

La pena.

Cristina Rivera-Garza
Los textos del Yo
Libro II: Yo ya no vivo aquí
III. Los personajes del lugar

--sbc

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