Friday, February 24, 2006

El ángel aleccionador

Le decía:
quieres darme una lección.
Quieres que aprenda a guardar el silencio bajo
la lengua mientras los ilusos hablan.
Que yo me vuelva como tú, eso quieres. Que sea
nadie, menos que nadie.
Una brizna de hiel en un frasco de formol.

Quieres que sea como tus verduleras, tus putas tristes,
tus mujeres buenas.

Que baje la vista ante el brillo amargo de tus alas
mientras desdoblo la ropa y ocupa mi lugar
en el charco de semen que dejaste ayer sobre
la cama.

Tengo que tender la cama.

Quieres que ponga la otra mejilla. Y luego la otra.
Y luego las manos, las nalgas, los muslos, bajo el
golpe de la regla de madera que te regaló tu
maestro de primaria.

Quieres que te dé las gracias.

Quieres que deje de mencionar los nombres
de los lugares comunes. Los otoños en París,
los veranos en Madagascar, el viaje a Florencia.
Nunca quieres que te cuente de las costas
de Balí.

Que me olvide de las sábanas de seda, el perfume
de algas, el oporto, el té de menta.

Que use palabras simples, quieres.

Quieres que te la mame.

Quieres que aprenda a imprecar con la dorada
languidez del héroe que nunca fuiste.
Que te sea infiel y lo cuente.
Que diga chistes.
Que me vuelva mala para ser un poco como tú, menos
que nadie, menos que nada.
Que te alborote el pelo y te unte el sexo de saliva
y deje moretones en el cuello para que salgas
con cara de feo en el retrato de la sagrada familia.
Quieres que te adore. Que adore tu verga, tu culo,
tu semen, tu mierda.
Quieres que te coja.

Quieres ser mi mujer.
Quieres ser un dios caído, una fruta agria, un ángel
aleccionador.

Cristina Rivera-Garza

Los textos del Yo
Libro II. Yo ya no vivo aquí
III. Los personajes del lugar

--sbc


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