Friday, November 30, 2007

Papá está enfermo otra vez. Papá está en cama con el rostro amarillo y los ojos cerrados. El cabello revuelto. La barba crecida.
Papá está enfermo otra vez. Papá tiene fiebre. Papá delira. Dice que quiere volver a su casa. A la casa de sus padres. Papá delira. Dice que quiere caminar sin bastón. Caminar sin prisa. Caminar sin tiempo.
Papá, quisiera que me dieras tu mano y la apretaras como cuando niña. Y sé que no era tu mano en mi mano, sino tu mano en mi muñeca como una cadena. Apretabas fuerte.
Papá, siempre te tuve miedo. Miedo al enojo. A la furia de un espíritu explosivo.
Papá, tu cuerpo fuerte. Atlético. Viril. También lo admiré. Eras el héroe mi infancia. Me gustaba sentarme entre tus piernas y mirar tu rostro, jalar tu barba. Quería tener tu barba. La dibujaba sobre mi rostro y me parecía a ti.
Papá, un hombre arrebató mi nombre de tu corazón. Y el silencio durante años fue un diálogo perfecto.
Papá, no sé, nunca supe o no quise saberlo, si me miraste crecer. Yo crecí contigo en cada palabra no pronunciada.
Papá, hoy toqué tus cabellos mientras delirabas no sé qué cosa y recordé en un segundo: el no saber, el no atinar de tus acciones. La oscuridad de tus ojos.
Papá, hoy toqué tus cabellos y me miré niña otra vez junto a ti.
Papá, me dueles porque no eres el hombre fuerte. Siempre lo has sido.
Papá, me dueles porque no quiero que te vayas. Y nunca has estado más cerca.
Papá, hoy toqué tus cabellos y me toqué en ellos. Lacios como los míos. Soy tu hija.
Papá, hoy toqué tus cabellos grises y el silencio volvió a unirnos.
--sbc

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