Pues te cuento que me he sentido mejor. Dos semanas de un intenso trabajo. Y luego mis malestares. Mis constantes bajones. Azúcar. Presión. Lípidos. Mal-estar(es). Todos juntos. Lo sé. Son como una bomba de tiempo. A veces estoy bien, otras muchas no y prefiero irme a casa. Respirar. Estar sola. Caminar por el Parque México durante la noche, justo cuando no hay tantos perros sorprendiéndote a cada paso. Mi metabolismo no funciona adecuadamente y debo hacer todo lo posible por ayudarlo. Me cuido. Me siento triste porque no tengo la energía de otros tiempos.
Tuve miedo de no poder atender a los tres grupos que visitaron el CCU durante la mañana. Diariamente. Dos semanas. De 60 a 120 jóvenes cada grupo. Ahí frente a uno. Mirándote. Cada grupo fue un reto. Hora y media con ellos. Inquietos. Inteligentes. Apáticos. Groseros.
En la penúltima visita del día sucedió algo que me sorprendió. Observé a una joven tocándose el pecho. Y le pregunté si se sentía mal para llamar al médico. Dijo que no. Y la visita siguió su rumbo. En el siguiente recinto, la profesora que acompañaba al grupo me solicitó llamarlo.
Entonces miré a la joven a punto de caerse. Dos de sus compañeros la sostuvieron y la colocaron en un sito apartado del grupo. Yo me quedé con ellos hasta que los paramédicos arribaron al sitio. La miré varias veces, en realidad, no sabía qué hacer. Sus manos pronto empezaron a contraerse. No podía respirar. Le tomé una mano. Estaba fría. Flexioné sus dedos. La profesora le contaba cosas graciosas para hacerla sentir mejor. Tal vez reír. Y le pedió que respirara. Que lo hiciera con suavidad. Ella estaba inquieta. Asomaron lágrimas en sus ojos. Una frase. No puedo. Enmudecí.
Los paramédicos llegaron. Todos dejamos que ellos hicieran su trabajo. Muchas preguntas. Nombre. Teléfono... Tati. Se llama Tati. Memoricé su número para luego apuntarlo en mi muñeca. El diagnóstico. Un episodio de ansiedad.
Cuando Tati salió de la ambulancia. Fui la primera en recibirla. Un abrazo largo. Me miré en ella. En ese desvanecerse tan temido. Abracé mi miedo. Tati sonrió. De inmediato, le mostré su número. “Te hablaré pronto. Estarás mejor. Ya verás. Vendremos al teatro”. Me despedí de ella, de su grupo, de su maestra.
Los paramédicos llegaron. Todos dejamos que ellos hicieran su trabajo. Muchas preguntas. Nombre. Teléfono... Tati. Se llama Tati. Memoricé su número para luego apuntarlo en mi muñeca. El diagnóstico. Un episodio de ansiedad.
Cuando Tati salió de la ambulancia. Fui la primera en recibirla. Un abrazo largo. Me miré en ella. En ese desvanecerse tan temido. Abracé mi miedo. Tati sonrió. De inmediato, le mostré su número. “Te hablaré pronto. Estarás mejor. Ya verás. Vendremos al teatro”. Me despedí de ella, de su grupo, de su maestra.
Pues entonces, te cuento que me he sentido mejor y sí, cuando el dolor te tome, cuando el amor te implore, abrázalo, abrázalo.
--sbc
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