Monday, October 03, 2005

Umbral (es)
Ayer al salir de la Universidad Pedagógica debía abordar un taxi para continuar el trayecto nocturno: la reunión semanal en casa de Gabino Palomares. Llovía con tanta fuerza que las luces de los automóviles parecían ráfagas proyectadas una tras otra en medio de los estruendos. Una vía rápida. Periférico. Pero, tendría que cruzar un puente.Sentí miedo, ¡qué absurdo!, subir y transitarlo.
Cuando pienso en las circunstancias posibles de este temor sólo puedo regresar a un pasaje infantil en un parque y los juegos compartidos con Adriana, mi hermana menor. Ambas salíamos todos los días a jugar, a inventar historias y situaciones ficticias que repetíamos invariablemente. Ella desarrolló una capacidad extraordinaria para vencer los obstáculos que nuestros juegos demandaban; entonces mi fragilidad se convirtió en llanto secreto. Nunca pude igualarla cuando subía corriendo sin detenerse por el caracol; cuando sus manos y sus piernas abrazaban ligeramente el tubo y se deslizaba dando vueltas o cuando llegaba primero al otro lado del pasamanos muy a pesar de que pudiera caer y ensuciarse. La meta consistía en subir corriendo por la resbaladilla, cruzar por su puente sin tocar el cable metálico y dar un salto. El último paso era ese espacio pequeño. Abismal para mí. Nunca pude saltar, más de una vez sentí caerme. Paraba ahí, en ese límite. Recuerdo la mañana en que lo intenté, el miedo me paralizó y permanecí estática hasta que mi impotencia se convirtió en la exhibición pública de mi llanto.
Transitar por esta ciudad, sus calles, sus avenidas es enfrentar también mi propia búsqueda. Es enfrentar la encrucijada cotidiana por la que fluyen mis temores. Del otro extremo de la ciudad, todo parecía estar en calma. El asfalto estaba seco y yo debía llegar a mi cita.
--sbc

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