Sunday, October 23, 2005

HORAS LUZ

Hace un par de horas que llegué a casa de mis padres. Durante el trayecto pasaron muchas ideas por mi mente. Verlos era una necesidad apremiante. Estar físicamente cerca de ellos me llena de serenidad. Comimos y platicamos. Salud. Trabajo. Amigos. Y sobre todo, este cambio: la separación. La distancia. Es la primera vez que experimento la responsabilidad propia. Hacerse cargo de uno mismo y todas sus implicaciones.

Una de las situaciones más gratas, sin duda, ha sido la sorpresa. Esta casa poco a poco se ha ido llenando de objetos, de cuadros que colocados en las paredes anuncian una nueva realidad. El panorama exterior alejado de manera extrema de la ciudad. Aquí todo es verde. Aquí todo es montaña. Todo es luz. Son las “Tierras Altas”, diría Cristina Rivera-Garza refiriéndose a la topografía del estado de México. Quizá, lo más asombroso es el tránsito de ida y vuelta. Somos uno distinto todos y cada uno de los días que se van sucediendo. Somos uno distinto no todos los días, sino cada minuto. Y no, no quiero descifrar la experiencia. Sólo la estoy viviendo con el asombro que me produce escribirte estas líneas.

Es, también, la primera vez que tengo un espacio propio para la escritura. El traslado de cajas de libros y cientos de copias ocupó más lugar en la mudanza, que las cajas de vajillas de mi madre. He acondicionado este sitio para convertirlo en un modesto estudio. Un librero. Una mesa. Un par de sillas. Una olivetti. Hojas blancas. Y la obsesión de siempre: escribir.

London
llegó en una de esas cajas y aguardó paciente su lectura. Aquel ejercicio de memorización fonética rebasó toda expectativa de repetición absurda. Colin White nos condujo a la capital de sus antepasados: I wander through each chartered street,/near where the chartered Thames does flow.

A la voz profética de William Blake:

In every cry of every man,
in every Infant’s cry of fear,
in every voice, in every ban,
the mind-forged manacles I hear.

London
tomó forma entre mis manos. El asombro de sentir en el papel amarillo, las inscripciones ya borrosas y todavía legibles de mis anotaciones. La acentuación. El ritmo. La imagen.

Escribo desde la incertidumbre.

Mi madre aparece para darme las indicaciones de los apagadores. Ambas nos miramos sorprendidas. ¿Sabrá ella a quién le escribo?

--sbc

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