La Griega llamó. Me llamó. Vi su número en la pantalla minúscula de mi celular. Un número que mi dedo índice marcó en la oscuridad de una cabina telefónica. La esquina: Ámsterdam y Sonora. Perseguía su voz (como antes perseguí sus pasos). La voz que me condenó al silencio. Colgaba. Huía. La voz que no logré reconocer. La duda. Un sueño me despojó de este acto ritual. 55 55 55 55. Dejé de marcar su número. Dejé de colgar. Estaba destinada a no alcanzarla jamás.
"Pensé que al ver mi número no contestarías", dijo. Y yo, muda, recordé mi sueño pero a la inversa. La escuché. Tirada en mi cama miraba el techo y pensaba en el tiempo, en la espera. En las noches insomnes, en la lluvia, en el frío, en la esperanza. La Griega hablaba pausadamente. Su voz fue adquiriendo sentido en el Sentido de la Ausencia. Estaba. Quería seguir estando. La ilusión.
Una charla amable.
Cedí a la derrota de la imposibilidad. Caí. Lloré.
Borrón y cuenta nueva.
¿Crees que podamos vernos, tomar unas cervezas y no pase nada?
(es decir: crees que puedas verme y no desearme)
Me pregunto si esta historia no es acaso un juego de niñas
: ¿Quién persigue a quién?
: ¿Huyo o finjo perseguirla?
--sbc
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